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¿Cómo esperarían María y José a Jesús?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/12/14
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María, en el Adviento, es el único lugar del mundo donde está Dios hecho carne
María se pone en camino rumbo a Belén. María y José. Jesús en su vientre. Es Adviento. Es espera. Es silencio. Desconectamos el móvil. Nos conectamos con Dios. Descansamos del bullicio del mundo. Nos hace bien desconectarnos un poco. Renunciar un poco. Hacer más silencio.
 
Caminamos con María y José. María calma a José cuando se inquieta. José se arrodilla ante María, ante Jesús en María. Ahora mismo, María, en el Adviento, es el único lugar del mundo donde está Dios hecho carne. ¡Qué grandeza! ¡Qué pequeñez!
 
El miedo, la incertidumbre, el sentimiento de fragilidad, el poder descansar en José. María no está sola. ¡Qué bueno es Dios! Puede hablar con José, soñar con él, rezar con él mirando las estrellas, caminar de puntillas por la vida, alzar la mirada y los anhelos, desplegar un mundo de ternura.
 
Él lo sabe todo y la comprende. Con él lo puede hablar todo. Con él, con José, con las manos sobre su vientre lleno de Dios. Están sólo los tres.
 
Me imagino la intimidad de María con Jesús. Los diálogos interminables en el silencio del camino. Imagino la intimidad de María con José, la intimidad de los tres. ¿Cómo rezarían juntos cada día? Tendrían miedos, dudas, inseguridades.
 
¿Cómo será el niño? ¿Qué pasará? ¿Dónde nacerá? ¿Qué tendrán que hacer? ¿Cómo podrán educar a Dios? Sienten que no saben nada, que son débiles e ignorantes. ¿Cómo se educa a Dios que todo lo sabe, que todo lo puede?
 
José está tranquilo porque está María. Se fía tanto de ella… Es un tiempo de miradas, de silencios, de ternura. De abrazos callados. El ángel vino a su encuentro. Al de María, al de José. Pero después el ángel parece callar. No hay más señales. Sólo Dios en María, sólo María en Dios.
 
¡Cuántos caminos en ese primer Adviento! El camino de Dios hacia nosotros, tocando con inmenso respeto la puerta de María, la puerta de José. El camino a Ein Karen, María llena de Dios, llevando la alegría en su seno.
 
Hay cuadros que representan a José caminando con María a Ein Karen. ¿Cómo iba a dejarla sola? El camino sagrado hasta Belén. Muchos pasos, muchos días, muchas noches. Calor y frío. Oscuridad y luces. Viento y miedo. Alegría y espera. Como nuestra vida cuando caminamos.
 
Repasamos el pasado y encontramos también caminos en nuestra historia, encuentros y desencuentros, miedos y esperanzas. Como José y María en el Adviento. Caminos y descansos. Muchos momentos de quietud, de recogimiento, de oración profunda, hacia dentro, de descansar en silencio, uno junto al otro, los tres mirando.
 
El mayor milagro está escondido en María. El mayor secreto cuidado por José. Dios crece dentro de Ella. María lo guarda como lo más sagrado. Lo acaricia. Lo espera cuando nadie lo espera. En silencio, su cuerpo y su alma se preparan para Él.
 
Ya sabe su nombre. Lo nombra. Callada, en su corazón. Lo pronuncia. Lo llama suavemente. Con inmensa ternura. Toda su vida lo ha amado, y ahora está en Ella, para siempre.
 
Piensa en los hombres a los que ayudará. Repite su sí. A veces con fuerza. En ocasiones con voz queda. Súbitamente lo dirá como un grito. Pero otras veces su sí será el silencio, el gesto quedo. El estar de pie. El arrodillarse para recoger al que no puede mantenerse en pie.
 
Ese sí de Nazaret, ese sí de Ein Karem, ese sí repetido en el camino a Belén. Ese sí en Belén, oculta en la cueva. Ese sí de Egipto, llena de desconcierto. Y de nuevo ese sí del silencio de treinta años.
 
Ese sí oculto en una familia santa. Ese sí que nosotros tantas veces no pronunciamos. Ese sí que se nos queda preso en la garganta. Ese deseo torpe y pobre por levantar la mirada, el alma, las entrañas. Ese anhelo profundo por llegar a lo más hondo de la vida.

 
Hoy nos unimos a esa persona que rezaba:
 
Enséñame, María, en este Adviento a anhelar, a velar, a guardar, a mirar hacia dentro sin despistarme. Porque me despisto. Ayúdame a caminar, como tú. Tú llevas a Dios sin decirlo. Eso me conmueve. Ojalá me pareciese un poco a ti.
 
Llevas a Dios en tu paz, en tu ternura, en tu misericordia, en la luz de tus ojos, en eso que tienes tú de estar preocupada por los detalles más humanos, de acoger con tu mirada limpia, de descentrarte por el otro.
 
Tu sí de Nazaret… ¡Cuántos síes salieron de tus labios, de tu alma! Ahora, tú y José no veis más que el hoy, como yo, pero confiáis. Ya vendrá otro paso y Dios os marcará ese trozo de camino con sus huellas y os dará luz.
 
Ayúdame a ser así, a dar mi sí para el paso de hoy y confiar en que para el de mañana Tú vas a estar conmigo, Señor. Sí al hoy. Sí a este paso”.
 
En este Adviento queremos aprender de nuevo a caminar. Sin prisas. En silencio. Desconectados un poco. Conectados profundamente con Dios. Un paso primero, después el otro. Así el camino se hará más llano. Veremos más lejos. Confiaremos con más fuerza. Así, como los niños. Que saben que alguien los espera para iluminar su camino cada día.

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