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¿Quién es el predicador evangélico que ‘chocaba los cinco’ con el Papa?

Pope and Robison in high-five – es

via James Robison

David Mills - publicado el 01/12/14

Un gesto que hizo murmurar durante días a muchos católicos en EE.UU.

Probablemente es conocido entre los católicos como el hombre que el pasado julio saludó al Papa con el conocido ‘choca cinco’. Yo conocí al predicador evangélico James Robinson recientemente en una reunión para discutir un proyecto común y me quedé sorprendido cuando dijo, a un grupo de evangélicos y católicos (dos de nosotros conversos), “Conocí al Papa. Amo a ese hombre”.

El chocar los cinco dejó a algunos católicos murmurando varios días, explicó en el Huffington Post. En un encuentro de tres horas en el Vaticano, Francisco escuchó a varios líderes evangélicos hablar sobre su fe y su pasión por el evangelismo. Luego respondió con “un dinámico mensaje evangélico”. Él “quiere que todos tengan un encuentro personal con Cristo que les cambie la vida y entablen una relación personal con Jesús y sean valientes testigos del Evangelio. La religión no es el camino, Jesús lo es”.

Robinson estaba contento de estar sentado junto al Papa. “Su mensaje era tan fervoroso que al concluir dije, ‘como predicador, quiero que sepa que lo que acaba de decir merece un ‘choca esos cinco’”. El traductor aparentemente tuvo que explicar este modismo al Papa y cuando entendió lo que el amigo evangélico quería, Francisco levantó su mano. En esta foto, ambos hombres están sonriendo, aunque uno de ellos parece como si nunca hubiera hecho ese gesto antes.

Como dije, algunos amigos católicos murmuraron y se quejaron pues aparentemente pensaban que no era una acción propia de un Papa. Era, obviamente, un acto de gentileza y amistad. Francisco que se adaptaba al modo de hacer las cosas del otro. Si Jesús comía con prostitutas y recaudadores de impuestos, los papas pueden chocar cinco con evangélicos estadounidenses.

James Robinson viene de un mundo muy diferente al mío, y aún más diferente que el de Francisco. Parte de la diferencia es cultural, pero la diferencia más importante es religiosa. Los católicos y los bautistas del sur entienden la Iglesia, la Biblia y el modo en que Dios nos forma y transforma de manera diferente. Nuestras iglesias tienen un crucifijo y un Sagrario, las suyas pueden tener una cruz (probablemente no) y por supuesto no tienen un Sagrario.

Sería incorrecto entender las diferencias en el espíritu de la amistad cristiana. Los católicos obligados a celebrar en una iglesia bautista sentirían la sala vacía, los bautistas forzados a adorar en una iglesia católica la sentirían llena de ídolos. Cada uno, es posible que, por caridad, tratara la otra iglesia como una versión de la suya, pero sería sólo una ficción impuesta por buena educación.

Y, sin embargo, durante una comida en Roma el Papa católico y los pastores evangélicos se escuchan mutuamente y escuchan a hombres hablar de las almas y Jesucristo de la misma manera, hablan de manera similar sobre alguien que han conocido y servido, que compartiendo el deseo de que los otros lo conozcan y lo sirvan también.

Sentado en una mesa redonda con Robinson y sus compañeros y otros dos católicos, sentí la misma cosa. Hablan un lenguaje distinto al mío como católico. Nuestra Señora y los santos no son presencias que sientan y amistades que reclamarían. No disfrutan de los sacramentos. No buscan ayuda en el Magisterium para saber lo que creen los cristianos y cómo deberían vivir. Ellos, como dirían los católicos, no tienen todos los dones de Dios que nos dan felicidad.

Y, sin embargo, son hombres que aman a Jesús. Si Jesús entrara en una habitación, se pondrían de rodillas rápidamente, si no más rápido que los católicos, al menos igual que ellos. Si les dijera, “Ve y únete a la Iglesia”, lo harían. Quizá no inmediatamente, y no sin quejarse, y después de verificar dos y tres veces, pero lo harían.

“El enemigo ha impedido que muchos cristianos se amen unos a otros como Cristo nos amó y ha fracasado en reconocer la importancia de la unidad sobrenatural incluso con toda su diversidad única”, escribe Robinson en el artículo de Huffington Post. “Sabemos que es la voluntad de Dios para aquellos que han nacido de lo alto ser valientes testigos para su gloria y reino ir por todo el mundo y hacer discípulos de Cristo. Se nos ha ordenado amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos”.

Podemos explicar la creciente amistad entre evangélicos y católicos como resultado de la cultura: dos grupos otrora dominantes y ahora cada vez más marginados se encuentran como aliados en su marginación, mientras comparten una creencia en la ley moral que la mayoría de sus sociedades rechaza. Se encuentran mutuamente siendo amigos, como los niños solitarios en el patio de la escuela que no tienen amigos si no se relacionan entre sí o los nerds en los clubs informáticos que son la burla de todos.

Esa ciertamente es una razón. Pero lo que Robinson llama unidad sobrenatural parece ser otra razón también. En este encuentro y otros más a los que he asistido, las personas bruscamente divididas por la Reforma se sienten hermanadas no sólo porque se encuentran juntas en esta perrera cultural, sino porque comparten una amistad con el Señor. Sospecho que Francisco vio esto en su encuentro, y supo que él y los evangélicos se encontraron “en la presencia del Señor”, escribe Robinson.

Encontrarse en la presencia del Señor no borra las diferencias reales. Si aquellas hostias en el Tabernáculo son realmente Jesús o sólo pedazos de pan permanece una cuestión seria que causa división, y una diferencia que representa a todas las demás. Que dos hombres compartan una cercana amistad con Jesús no quiere decir que estén de acuerdo. Un amigo puede estar muy equivocado sobre lo que Jesús quiere. Puede no estar escuchando muy bien.

Pero los evangélicos y católicos ven cada vez más que son amigos, no sólo aliados sino amigos, y eso tiene una gran importancia en este mundo. Yo nunca, ni en un millón de años, chocaría cinco con el Papa, pero estoy contento que James Robinson sintiera que podía, y de hecho, sintiera que debía.

David Mills, ex editor ejecutivo de First Things, es escritor y autor de Discovery Mary. Su blog se encuentra en www.patheos.com/blogs/davidmills

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