Comunidades cristianas, gobiernos e instituciones juntas para sostener la cruz de estas familias
Raymond Babbitt es el personaje autístico más famoso de Hollywood. En la película Rain Man (El hombre de la lluvia) de 1988, Raymon (interpretado por el actor Dustin Hoffman) ‘sorprende’ por sus ‘capacidades extraordinarias de memoria’; sin embargo, es un hombre aislado, incomunicado, que vive en su mundo y necesita asistencia las 24 horas.
Más allá de la fantasía de un guión de cine, el autismo es un drama perenne y sin un The End en la vida real de millones de personas en el mundo. Por ellas el Papa Francisco ha elevado no sólo su oración y gestos de sensibilidad, sino que también ha abierto las puertas del Vaticano para un Congreso Internacional científico y pastoral.
El autismo es un síndrome sin fronteras. Las estadísticas mundiales recientes de la OMS señalan un caso cada cien niños. Por su parte, los Centers for Diseases Control (CDC) de Estados Unidos indican un caso por cada 68 niños, es decir, tiene una incidencia elevada.
El Pontífice sostuvo que es necesario “romper el aislamiento y, en muchos casos, incluso el estigma que cargan las personas con trastornos del espectro autista”, además de sus familias.
En este sentido, el Papa Francisco interpeló a la acción a "instituciones y gobiernos” y las “comunidades cristianas” durante el encuentro que tuvo lugar en el Aula Pablo VI del Vaticano el 22 de noviembre.
El Santo Padre, al inicio y al final de la audiencia, se acercó a algunas personas que lo padecen. Abrazó, acarició, estrechó manos. Su atención se concentró en los niños y jóvenes. No le importó que la respuesta a sus gestos fueran miradas perdidas, impasibilidad a sus caricias. Mientras tanto, sus papás, mamás y acompañantes se emocionaron hasta las lagrimas y las sonrisas invadieron el Aula.
“Es necesario el compromiso de todos para promover la acogida, el cumplimiento, la solidaridad, en un verdadero trabajo de apoyo y promoción de la esperanza”, se alzó la voz del Papa para ser el megáfono de un mal muchas veces ignorado por gobernantes e instituciones.
El espectro autístico, Francisco lo señala como "una cruz” porque aún hoy es un síndrome difícil de “diagnosticar”, además de ser una pesada carga “para las familias” que tienen problemas para aceptarlo “sin vergüenza” y salir de la sumisión de la soledad.
Así, el Papa también invitó a las comunidades cristianas a ayudar a estas familias dando "acompañamiento no anónimo e impersonal”.
"Al ayudar a las personas afectadas por trastornos del espectro autista, es necesario por ende, crear en el territorio, una red de apoyo y servicios, completa y accesible que involucre a los padres, así como también a abuelos, amigos, terapeutas, educadores y agentes de pastoral”. De esta manera se ayuda a las familias a superar la sensación de “ineficacia” y “frustración”, concluyó.