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La ley natural es anterior a la Revelación

Two stone tablets with the ten commandments inscribed on them – es

© albund

Javier Ordovás - publicado el 23/11/14

No es verdad porque lo diga la Biblia, sino que la Biblia lo dice porque es verdad

Aunque parece un tema abstracto y lejano de nuestra vida real, el modo en que se entienda la ley natural, o ley moral natural, afecta a los fundamentos y acciones de nuestro día a día.

Con frecuencia los católicos, en nuestras conversaciones empleamos el argumento de que ¨esto es así porque lo dice la Biblia¨. Eso es correcto para los que tenemos la convicción razonada de que la Biblia es Revelada, pero no es aceptable por los que no tienen esa convicción.

En el diálogo interreligioso o intercultural tenemos que acudir a otro tipo de argumentos que se mueven en un terreno común a casi todas las culturas; este es el ámbito de la ley natural, en la que hay muchas coincidencias entre las culturas cristianas, orientales y musulmanas.

La ley natural afirma, en sustancia, que las personas y las comunidades humanas son capaces, a la luz de la razón, de discernir las orientaciones fundamentales de un actuar moral conforme a la misma naturaleza del sujeto humano y de expresarlas de manera normativa en forma de preceptos o mandamientos.

Pero el cristianismo no tiene el monopolio de la ley natural. En efecto, basada en la razón común a todos los hombres, la ley natural es el fundamento de la colaboración entre todos los hombres de buena voluntad, sean cuales fueran sus convicciones religiosas.

Antes de que llegara a nosotros la Revelación contenida en el Antiguo y Nuevo Testamento, los hombres se regían solamente por la ley natural.

Nuestra propia debilidad intelectual y moral hizo que llegara la ayuda de Dios con su Revelación a través del pueblo de Israel y finalmente por Jesucristo para toda la humanidad.

Pero Dios, desde la creación,  dotó al ser humano de inteligencia suficiente para conocer las verdades naturales acerca de toda la creación y de las propias verdades íntimas de la persona.

Por tanto, debemos confiar en la capacidad de nuestra inteligencia para llegar a esos descubrimientos.

A veces pretendemos encontrar una total certeza recurriendo al argumento de autoridad de la Biblia, olvidando que debemos hacer el esfuerzo intelectual de buscar la verdad, razonando.

De todas maneras, agradecemos a Dios que su Revelación nos sirve para confirmar si nuestros razonamientos van en la línea correcta. Esa es la luz que la fe da a la razón.

Lutero negaba la existencia de esta ley natural, por eso muchos grupos protestantes acuden a la Biblia como único argumento de autoridad, con todas las consecuencias filosóficas y teológicas que tiene este planteamiento.

Un ejemplo de este recurso a la ley natural nos lo da el propio Jesús que, al dar su respuesta sobre la indisolubilidad del matrimonio, no recurre a las tablas de la Ley o a la Ley Mosaica. 

Acude  a un principio válido desde siempre: Moisés permitió el repudio de la mujer, pero “al principio no fue así” (Mt. 19, 8).

El matrimonio es una unión tal que no debe ser separada por el hombre, porque es algo que Dios unió,  no  a través de una ley positiva,  sino que lo hizo desde el principio, en el momento de la creación.

En ese sentido podemos decir que ¨no es verdad porque lo dice la Biblia, sino que la Biblia lo dice porque es verdad¨.

De la misma manera que los derechos humanos son previos a la Declaración universal de los derechos del hombre de la ONU en 1948.

Por otro lado, no podemos ignorar que hay muchas personas no cristianas que llegan al conocimiento y la práctica de las leyes morales naturales sin conocer el cristianismo, ni la Biblia y, en muchos casos, son ejemplares.

A partir de esto podemos comentar otro aspecto que afecta a la convivencia diaria: la convergencia entre distintas religiones y culturas.


La Comisión Teológica Internacional del Vaticano publicó un documento en 2008 llamado  En busca de una ética universal: nueva perspectiva sobre la ley natural.

Este profundo y extenso documento, en el primer capítulo,  comienza evocando las  ¨convergencias¨ entre las distintas religiones.

Sin pretender ser exhaustivo, indica que estas grandes corrientes sapienciales religiosas y filosóficas atestiguan la existencia de un patrimonio moral en gran medida común, que constituye la base para todo diálogo acerca de las cuestiones morales.

Además, sugiere, de una manera o de otra, que este patrimonio explicita un mensaje ético universal inmanente a la naturaleza de las cosas y que los hombres son capaces de descifrar.

Según la fe cristiana, estas tradiciones sapienciales, a pesar de sus límites e incluso a pesar de sus errores, captan un reflejo de la sabiduría divina que actúa en el corazón de los hombres. Requieren atención y respeto…

Atestiguan nada menos que la existencia de un patrimonio de valores morales comunes a todos los hombres, sea cual sea el modo en que estos valores son justificados dentro de una particular visión del mundo.

Este orden está impregnado de una sabiduría inmanente. Contiene un mensaje moral que los hombres son capaces de descifrar.

Pero la sabiduría es también el resultado de una observación sagaz de la naturaleza y de las costumbres humanas, cuyo objetivo es descubrir su inteligibilidad inmanente…

Al comienzo de la Carta a los Romanos, el apóstol Pablo, para manifestar la necesidad universal de la salvación que trae Cristo, describe la situación religiosa y moral común a todos los hombres.

Afirma la posibilidad de un conocimiento natural de Dios: ¨Porque lo que de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras¨ (Rom 1,19s)

Al situar a judíos y gentiles en el mismo plano, san Pablo afirma la existencia de una ley moral no escrita que se encuentra inscrita en los corazones. Esta ley permite discernir por uno mismo el bien y el mal¨ (Rom 2,14s).

Una vez más, la fe y la razón se encuentran y se complementan.

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