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La excesiva protección que nos aísla

Mujer tapando su rostro con sombrero

© Mar Caro Pons / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 21/11/14

¿Por salvar a quién estaríamos dispuestos a arriesgar la vida? La piel se apega a la tierra

El contagio es siempre peligroso. Porque dicen además que lo único que no se pega es la hermosura. Por eso nos asustamos. Contagiar cosas buenas no es peligroso. Pero contagiar la muerte es otro tema. Una enfermedad dura, una forma de mirar la vida, una actitud negativa, una tristeza que nos invade.

Huimos de las personas que nos traen mala suerte o nos ponen tristes. De aquellos que pueden contagiarnos enfermedades. Encasillamos los casos peligrosos.

Y queremos razones únicas por las que ellos han caído en desgracia, para quedarnos así tranquilos pensando que no tenemos la más mínima opción de que nos pase lo mismo. No nos gusta arriesgarnos. Nos da miedo caer en desgracia.

Podemos llegar a usar máscara, a evitar a las personas peligrosas. Podemos construir muros. Que nadie eduque mal a nuestros hijos. Evitamos las malas influencias. Nos aislamos para no contagiarnos de nada malo.

Renunciamos incluso a ayudar, a poner en peligro nuestra seguridad. ¿Por salvar a quién estaríamos dispuestos a arriesgar la vida? No tiene fácil respuesta. La piel se apega a la tierra. El alma no quiere ir tan pronto al cielo. Prefiere esperar. Siempre habrá tiempo.

Evitamos los problemas. Nos quitan el tiempo, incluso nos complican la vida. Si alguien tiene un problema es suyo, o se lo habrá buscado, o tendrá amigos que le ayuden a solucionarlo. Pero nosotros nos quedamos tranquilos. Siempre otro podrá hacer algo. ¿Por qué tengo que hacerlo yo?

Nos asustan los contagios. Las complicaciones. Que nos involucren. Que nos metan en el mismo grupo complicado, el de los contagios. Decir que alguien tiene una enfermedad contagiosa suena con dureza. Pone en peligro la propia vida. Pero no la vida en abstracto, sino con nombre y apellidos, mi vida.

Si alguien ha fracasado nos alejamos. Es mejor estar cerca de los que triunfan. A lo mejor algo se pega. Un contacto. Estar en una foto en el momento oportuno. Escribir tu nombre y figurar. Yo estuve allí.

Los contagios nos asustan. Nos asusta todo lo que nos complica. Lo que echa a perder nuestro orden, la dirección de nuestra vida. ¿Por quién estaríamos dispuestos a poner en juego lo que hoy poseemos? La lista es pequeña, muy pequeña. ¿Tenemos lista? A lo mejor por nadie.

Una persona comentaba que si supiera que se va a morir mañana elegiría a su perro para ir a cenar con él esta noche. A lo mejor por nadie queremos arriesgar nada. A lo mejor no le pertenecemos a nadie. Nadie nos pertenece. No tenemos a nadie con quien cenar la última noche de nuestra vida. A lo mejor estamos solos.

Es más fácil no asumir responsabilidades por nadie. Pero yo no quiero eso. No deseo una vida protegida y cuidada. ¿Hasta los cien años? Una vida sin pesos, sin direcciones erradas, sin caídas. Sin riesgos. Sin haber tenido que ir nunca al vagón de los perdedores. Una vida en primera, asiento reservado. Todo cuidado. 

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