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Papa Francisco: La santidad es mucho más que cerrar los ojos y poner caras

Conclusion of the Synod & Beatification Pope Paul VI – Pope Francis 19-10-2014 – Antoine M – 16 – es

© Antoine Mekary / Aleteia

Aleteia Team - publicado el 19/11/14

Catequesis sobre la santidad hoy en la audiencia general

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Queridos hermanos y hermanas ¡Buenos días!

Un gran don del Concilio Vaticano II es el de haber recuperado una visión de la Iglesia fundada en la comunión, y haber entendido de nuevo el principio de la autoridad y de la jerarquía en esa perspectiva. Esto nos ha ayudado a entender mejor que todos los cristianos, como bautizados, tienen una igual dignidad ante el Señor y los une la misma vocación, que es la de la santidad (cfr Cost. Lumen gentium, 39-42). Ahora preguntémonos: ¿En qué consiste esta vocación universal a ser santos? ¿Cómo es posible llevarla a cabo?

Antes que nada debemos tener muy presente que la santidad no es algo que nos procuramos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que “Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa” (Ef 5,25-26).

Es decir, verdaderamente la santidad es el rostro más bello de la Iglesia: es redescubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, entonces, que la santidad no es una prerrogativa solo de algunos: la santidad es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano.

Todo esto nos hace entender que, para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispos, sacerdotes o religiosos. ¡Todos estamos llamados a ser santos! Muchas veces, tenemos la tentación de pensar que la santidad se reserva solo a los que tienen la posibilidad de separarse de los asuntos cotidianos, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así!

Alguno piensa que la santidad es cerrar los ojos y poner caras, no eso no es santidad ¡La santidad es algo más grande que nos da Dios! Es exactamente viviendo con amor y ofreciendo el testimonio cristiano en las ocupaciones de todos los días donde estamos llamados a convertirnos en santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida ene el que se encuentra. ¿Eres consagrado o consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo hizo con la Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y eficiencia tu trabajo y ofreciendo tu tiempo al servicio de los hermanos. Yo trabajo en una fábrica o como contable… ahí no se puede ser santo… ¡Sí se puede! Allí donde trabajas puedes ser santos. Dios te da la gracia de ser santo. Dios se comunica contigo. Allí donde trabajas. En cualquier lugar se puede ser santo si nos abrimos a esa gracia que trabaja en nosotros y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos y nietos a conocer y seguir a Jesús. Se necesita mucha paciencia para esto, para ser buenos padres, buenos abuelos es necesaria la paciencia, ahí viene la santidad: ejercitando la paciencia ¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su presencia al lado de las personas. Es decir: cada estado de vida lleva a la santidad, ¡siempre! En tu casa, en la calle, en el trabajo, en la Iglesia. En cualquier momento y estado de vida que tengas está abierto el camino a la santidad. No os canséis de coger este camino. Es Dios quien te da la gracia. Lo único que te pide el Señor es que  estemos en comunión con el Señor y al servicio de los hermanos

3. En este punto, cada uno de nosotros puede hacer un examen de conciencia: Cada uno que se responda a sí mismo en silencio ¿Cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad? Cuando el Señor nos invita a convertirnos en santos, no nos llama a cualquier cosa pesada, triste… ¡Todo lo contrario! Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a ofrecer con alegría todos los momentos de nuestra vida, haciéndola, al mismo tiempo, un don de amor por las personas que tenemos al lado. Si comprendemos esto, todo cambia  adquiere un significado nuevo, bello, comenzando por las pequeñas cosas de todos los días. Un ejemplo: Una señora va al mercado a comprar, encuentra a una vecina empiezan a hablar y comienza la charla, pero si ella dice no quiero hablar mal de nadie, allí empieza el camino de la santidad. O si tu hijo quiere hablar contigo de sus historias, o de que está cansado de trabajar, ponte cómodo y escucha a tu hijo que te necesita: ese es otro paso a la santidad. Termina la jornada, estamos cansados todos, llega la hora de la oración: ese es otro paso hacia la santidad. Llega el domingo: vamos a Misa a comulgar, a veces una buena confesión que nos limpie un poco, otro paso a la santidad. Rezar a la Virgen que es tan buena, tan bella, rezo un Rosario: otro paso a la santidad. Tantos pasos pequeños hacia la santidad. O voy por la calle, veo a un pobre, me detengo, le pregunto, le doy algo, es otro paso hacia la santidad. Pequeñas cosas que son pequeños pasos hacia la santidad.
Y cada paso hacia la santidad nos convertirá en personas mejores, libres del egoísmo y de la clausura en nosotros mismos, abiertos a los hermanos y a sus necesidades.

Queridos amigos, en la Primera Carta de San Pedro se nos dirige esta exhortación: “Que cada uno viva segundo la gracia recibida, poniéndola al servicio de los demás, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien habla, que lo haga con palabras de Dios; quien ejerce un oficio que lo haga con la energía recibida de Dios, para que en todo venga glorificado Dios por medio de Jesucristo (4,10-11). ¡Esta es la invitación a la santidad! Acojámoslo con alegría, y sostengámonos los unos a los otros, para que el camino hacia la santidad no se recorre solo, ¡no! cada uno por su cuenta no lo puede recorrer, sino que lo recorremos juntos en ese único cuerpo que es la Iglesia, amada y hecha santa por el Señor Jesucristo. Vayamos adelante, con valentía, en este camino hacia la santidad ¡Gracias!

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