He descuidado a Cristo en tantos pobres… Pienso en ellos, pero es muy poco lo que hago, imagina cómo sería el mundo si todos acogiéramos a Cristo
Hace muchos años, vi a un hombre que pasaba frente a mi casa. Se notaba cansado, sucio y tenía sus ropas en mal estado. Caminaba encorvado. Fui a la cocina, tomé un cartón de leche, preparé un emparedado y corrí escaleras abajo para alcanzarlo.
“Tenga”, le dije. Y le sonreí con amabilidad.
El hombre tomó el emparedado. Lo mordió. Me miró a los ojos y súbitamente rompió a llorar.
“Tenía hambre””, gemía en medio de su dolor, “tenía hambre”.
Esto me conmovió profundamente. Desde ese día trato de no negar nada al que me pide algo para comer.
Tal vez, pensando en este hombre que vive en las calles, cada vez que llueve pienso en él y en los muchos como él, que no tienen un techo, que se están mojando y pasan frío y hambre.
La verdad, he descuidado a Cristo en tantos pobres...
Pienso en ellos, pero es muy poco lo que hago.
Imagina cómo sería el mundo si todos acogiéramos a Cristo.
El lunes pasado cayó un aguacero. Fue una de esas lluvias que golpean con fuerza las paredes de tu casa, como llamando tu atención.
Estaba dormido y desperté pensando que debía verificar si se estaba inundando el patio. Entonces me vinieron a la mente estos pobres, hombres y mujeres, que se mojaban por no tener un techo, un abrigo.
Me dormí nuevamente y soñé que caminaba acompañado por una persona. Era un joven, vestido de blanco. Llovía y nos estábamos mojando. Me llevó a un edificio de una planta que estaba desocupado.
“Aquí es”, me indicó. “Asómate”.
Me asomé por uno de los ventanales y me pareció una galera. Estaba limpia, cálida, acogedora. Pensé en lo bien que me sentiría allí dentro en medio de esta lluvia, tomando una sopa caliente.
“Aquí los traerás””, continuó diciendo mi acompañante. “Cuando llueva, van a tener este lugar como refugio. Se llamará: REFUGIO SAN JOSÉ”.
Me desperté pensando en ello. ¿Habrá sido un sueño?
Si lo piensas bien, vivimos tan cómodos, bajo un techo. Y los otros, nuestros hermanos, no tienen nada.
Me hizo recordar aquellas palabras de san Alberto Hurtado cuando exclamaba emocionado: “El pobre es Cristo”
“Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes en la persona de tantos niños. ¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros? "Lo que hagan al menor de los pequeños, a Mí lo hacen", ha dicho Jesús. El prójimo, el pobre en especial, es Cristo en persona”.