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Creo que es importante que nos dejemos tiempos de silencio en medio de nuestra vida, tiempos de orar ante el Sagrario, de dejarnos hacer por Dios. Nos ayuda buscar nuestro sitio.
El Santuario. Una capilla especial. Mi santuario hogar. Ese rincón de la naturaleza que me cuenta de Dios. Esos lugares hablan de lo sagrado, de silencio, del Señor de nuestra vida, y son momentos en los que el alma respira y coge fuerzas. Entonces podemos mirar nuestro día, nuestra vida, con Él. Ojalá cada uno pueda buscar esos momentos.
Jesús se escapaba a la montaña, al lago, al desierto, y también subía a Jerusalén, al templo de sus mayores, para encontrarse con su Padre, para hablarle y escucharle, para unirse a tantos que hacían lo mismo.
¿Cuál es mi lugar de oración? ¿Lo busco? Las iglesias, el Santuario, son tierra sagrada, nos hablan del cielo en la tierra, igual que hace siglos los claustros de los monasterios guardaban esa atmósfera de paraíso.
Dios viene a mi vida, sale a mi encuentro en mi rutina. Pero también en la Eucaristía, en el Sagrario, en el Santuario, me espera para poder llegar a lo hondo de mi alma, para pasear juntos por mi océano interior, para meditar mi historia con Él. Si no me paro, la vida pasa de largo. Cada uno tiene que buscar su momento de respiro, de retirarse a orar, de parar, o de mirar el mes. ¿Cuál es mi lugar santo?
Las aguas que brotan del Santuario llegan al mar. Son aguas que sanean, que embellecen, que consagran. Me encanta esa imagen del agua asociada al templo. De la roca del templo brota el agua. Del templo de Dios, del corazón de Dios. La imagen del agua que corre siempre me alegra.
Me cuesta pensar en las aguas estancadas. El agua que se estanca se pudre. El agua que fluye da vida. Es el río, siempre cambiante, siempre nuevo. El río que descansará al llegar al mar. Nunca perderá su identidad. Pero pasará a formar parte para siempre de un mar inmenso. Es el río que sanea el mismo mar. El agua del río renueva el mar.
El agua la da Dios, nosotros somos sólo el cauce. Cuanto más hondo, más vacío, más agua cabe en el cauce, en mi alma. Cuanto más libre sea mi cauce más agua correrá hacia otros, sin estancarse, porque mi vida es para darse, porque yo sólo soy el puente entre Dios y los otros. Lo importante es Dios, no yo, el agua no es mía, y cuanto más fluya, más se renovará el mundo.
Es el misterio del Santuario, el misterio de María. Es lo que el Papa nos dijo en Roma a la familia de Schoenstatt. Nos invitó a darnos, a servir, a donarnos, con humildad, perdiendo el tiempo con cualquiera, sin buscar adeptos, sin buscar reconocimiento. Dándonos allí donde el agua sea más necesaria.
Me gustaría ser cauce de Dios, su río. Mi agua no siempre es la mejor, la más clara, la más pura, pero es lo que tengo. María se encargará de limpiarme, de hacerme cauce profundo, si acudo a Ella, si vuelvo a Ella.
El río sale del Santuario, no entra. Sale con el agua de Dios, sale hacia otros, al encuentro del hombre, hacia el mar, y sana y hace bello el lugar por donde pasa. Crece la vida nueva.
Es lo que sucede en el Santuario. Nos llenamos del agua pura de María, del agua que sacia nuestra sed de pertenencia, de hogar, de amor. Y desde allí vamos hacia otros, para sanar, para alegrar la vida, para regar, para fecundar.
Sin buscarnos a nosotros mismos. Con nuestro amor, con nuestra entrega, con nuestro consuelo, con nuestra vida, a veces sin poder ni siquiera hablar de Dios.
Cogemos fuerzas, bebemos de la fuente, nos purificamos, nos vaciamos ante Dios y ante María. Nuestra vocación es hacia la periferia, como nos dijo el Papa, hacia el hombre allí donde tenga sed, donde haya desierto.
Lo que no se da, se pierde. Nuestra misión es dar lo que recibimos, no quedarnos cómodamente en nuestro rincón protegido.
El río sale del Santuario, del lugar sagrado, de Dios, el agua siempre es de Él, no nuestra. Pero Dios nos necesita, necesita nuestro cauce para llevarla a otros. Eso me impresiona. Las personas ya no van al templo, es verdad. El río une el santuario con la tierra. Es el puente, el camino. Cristo es el agua que sanea el mundo a su paso. El que trae vida, da vida, despierta vida.