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Ser profetas en los tiempos del Facebook

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 10/11/14

Buscamos el reconocimiento, el "me gusta" de todos y siempre... ¡no seamos falsos profetas! Que nos importe lo que piensa Dios

Francisco fue un profeta. También lo fue el Padre Kentenich. Vieron en lo pequeño el origen de lo grande y creyeron. El Papa, al hablar del Padre Kentenich, mencionó su autenticidad y su vocación de profeta: «A mí me impresionó que el Padre Superior General de ustedes haya hecho referencia a la incomprensión que tuvo que padecer el Padre Kentenich y al rechazo. Ese es signo de que un cristiano va adelante. Cuando el Señor le hace pasar la prueba del rechazo. Porque es el signo de los Profetas, los falsos profetas nunca fueron rechazados, porque decían a los reyes o a la gente lo que querían escuchar. Así que todo ‘ah qué lindo’, ¿no? Y nada más. No. El rechazo. Ahí está el aguante. Aguantar en la vida hasta ser dejado de lado, rechazado, sin vengarse con la lengua, la calumnia, la difamación».

¡Qué duro el rechazo! ¡Qué difícil estar dispuesto a perder privilegios, ventajas, ganancias! El propio rechazo de la Iglesia en el tiempo del exilio fue una gran experiencia de dolor en su vida. Vivió la suerte del profeta.

Decía el 31 de mayo de 1949, el padre Kentenich: « ¡Quien tiene una misión ha de cumplirla, aunque nos conduzca al abismo más oscuro y profundo, aunque exija dar un salto mortal tras otro! La misión de profeta trae siempre consigo suerte de profeta».

El profeta ve lo que otros no ven. El profeta no pretende decir lo que los demás esperan. Nos cuesta asumir esa vocación. Porque el corazón tiende a contentar a otros. Nos gusta que hablen bien de nosotros, que no nos critiquen.

Quisiéramos que todos nos dijeran que estamos bien, que nos aprueban en todo lo que hacemos. Buscamos que levanten la mano con el dedo pulgar hacia arriba. Que nos digan que sí, que valemos mucho, que nuestra vida merece la pena y que sigamos así sin cambiar nada.

Porque los cambios cuestan. ¿Cuántas aprobaciones necesitamos al día para no estar tristes, para no caminar cabizbajos? Es duro cuando vamos por la vida tratando de recibir la aprobación de todos. Buscamos el reconocimiento, el aplauso, el sí, el apoyo. Y si no lo recibimos nos venimos abajo. De todos y siempre… ¡Eso es imposible!

El Papa hizo referencia a la libertad de espíritu: «En la medida en que uno reza más y deja que el Espíritu Santo actúe, va adquiriendo esa santa libertad de espíritu, que lo lleva a hacer cosas que dan un fruto enorme. Libertad de espíritu. Que no es lo mismo que relajo. Libertad de espíritu supone fidelidad y supone oración. Cuando uno no ora no tiene esa libertad. El que reza tiene libertad de espíritu. Es capaz de hacer ‘barbaridades’ en el buen sentido de la palabra. ¿Y cómo se te ocurrió hacer eso? ¡Qué bien que te salió! Y yo que sé, recé y se me ocurrió. Libertad de espíritu, ¿no?».

Esa forma de vivir presupone la audacia. Una libertad de espíritu que es esa santa indiferencia que vivieron muchos santos. Supone hacer las cosas porque creemos que Dios nos lo pide. Sin esperar al aplauso.

Incluso aunque sepamos de antemano que no vamos a recibir la aprobación de los demás. Incluso contando con un posible fracaso. Lo hacemos porque Dios nos lo pide. Al fin y al cabo lo que nos importa es lo que piensa Dios.

No seamos falsos profetas. Hay muchos en este mundo de las apariencias.A veces tratamos de decir lo que cae bien, lo que es bueno y fácil, lo que no ofende ni exige. En la vida es mejor decir cosas bonitas que las duras. Nos duele el rechazo.

Es verdad que muchas veces tendremos que decir cosas buenas. Porque el hombre de hoy ya no cree en su bondad y es bueno decirle cuánto vale. Por eso es sanador que les recordemos a los demás su belleza. Pero no podemos convertirnos en unos aduladores.

Hay muchos que merodean el poder, que buscan a los que tienen influencia. Tratando de medrar, de ganar, de ser más. No seamos falsos profetas.

Tenemos que ser audaces en la entrega como lo fue el Padre Kentenich. Así lo explica él mismo: «Ya de por sí es audacia leer la voluntad de Dios en pequeños detalles. Y es una audacia mayor el realizar esta voluntad. La esencia de la existencia cristiana presupone tal audacia. Tenemos que educarnos para el riesgo, ya debemos contar con situaciones difíciles»[1].

Muchas veces las decisiones que tomemos, lo que digamos, no va a caer bien. Hace falta mucha fe, mucha oración, para poder ser audaces, para saber qué tenemos que hacer en cada momento. ¿En quién confiamos? ¿Dónde están enterradas nuestras raíces?

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