Jesús es en medio del mundo el sacramento del Padre, el lugar del Padre, la casa del Padre
Hoy la Iglesia celebra la consagración de la primera Iglesia cristiana, la madre de todas las Iglesias, la Basílica de San Juan de Letrán. Es la primera iglesia en la que los cristianos pudieron celebrar sin ser perseguidos en el siglo IV. También hoy recordamos en Madrid a Nuestra Señora la Real de la Almudena, nuestra patrona.
María reina en nuestra catedral. Las lecturas de hoy nos hablan de lo sagrado. De esos lugares santos que nos hablan de nuestra vocación definitiva a estar con Dios, a la santidad. Lugares donde Dios nos espera, donde nos reúne como lo hará en el cielo. Donde el silencio, la delicadeza y la ternura de Dios lo llenan todo y penetran el alma cuando traspasamos la puerta. La casa de Dios.
La luz perpetua que nos habla de su presencia permanente, velando, esperando, amando, sosteniendo el mundo de forma misteriosa. Luz pequeña en medio del mundo pero que nunca se apaga. El sagrario donde me aguarda.
Un crucifijo donde Jesús con los brazos abiertos nos recibe cuando llegamos cansados y agobiados, nos sonríe, nos llama por nuestro nombre, nos dice que nos necesita, que nos ama con locura, que está ahí por mí. La mirada de María con el Niño en sus brazos, comprensiva, cálida, maternal.
Hoy Jesús sube al templo a Jerusalén. Sabe que lo buscan para matarlo. No se esconde ni busca la muerte. Hace lo de siempre, va al templo. Es la Pascua, la fiesta sagrada. Jesús siempre sube al templo, el camino lo había recorrido muchas veces, desde pequeño, cuando iba con José y María.
Ese camino era el suyo. Esa subida a Jerusalén. La primera vez fue con sus padres. El viernes santo pasó por delante camino de la cruz. Esta subida de hoy es la última. Me conmueve. En ese lugar Jesús tiene su historia, sus vivencias. ¡Cuántas cosas se habrán dicho Él y su Padre en ese templo!
Hoy nos dice dos cosas aparentemente contradictorias. Habla de lo sagrado del lugar, le duele que lo profanen con comercio, que quieran sacar rentabilidad económica, que rompan la paz del lugar por intereses humanos. Es la casa de su Padre.
Me pongo en su lugar. Me costaría mucho ver que alguien profana mi lugar santo. Mi hogar. A los doce años Jesús ya sabía que pertenecía allí.
Pero Jesús nos dice todavía más que Ezequiel, todavía más que Pablo. El templo de verdad es Él. «Venid a mí», «Atraeré a todos hacia mí». Él es el lugar de encuentro con Dios en la tierra.
En sus heridas está el amor de Dios sanándonos. En su sangre se sacia la sed de amor de este mundo en que cada uno va a lo suyo. En su mirada están los ojos de Dios que acogen y comprenden a todos. En su voz está la llamada de Dios a cada uno, a participar en su fiesta, a tener el mejor lugar junto a Él. En sus pies heridos está Dios pisando la tierra, caminando entre nosotros. En sus manos Dios bendice, acaricia, cura, abraza. Él es el templo vivo.
Ya era el templo de Dios cuando lloraba en Belén, cuando crecía en Nazaret con sus padres, cuando caminaba, cuando comía con todos, cuando amaba, cuando sanaba y despertaba sueños de infinito en los hombres. Y su templo no se romperá con la cruz. Sólo se abrirá para siempre en la herida de su costado.
Jesús es en medio del mundo el sacramento del Padre, el lugar del Padre, la casa del Padre. Es el rostro misericordioso de Dios, la puerta a Dios, el templo de Dios. El velo del templo se rompe con su muerte. La roca del Gólgota se agrieta. Es el nuevo templo, el nuevo Santuario que nos espera.
No lo comprendieron los que escucharon a Jesús ese día. El evangelista nos dice que lo entendieron más tarde, después de su muerte y resurrección. Salta al futuro para decirnos que lo comprendieron después, cuando se iluminó ese pasaje difícil con la luz de la Pascua.
En el momento cuesta entender. ¿Cómo es posible que el templo santo se destruya? A nosotros nos pasa muchas veces. Se derrumba el edificio de nuestra vida perfectamente construido, nuestros planes se rompen. Y no entendemos nada.
A veces algo tiene que caer para volver a empezar, para construir sobre la roca de Jesús. A veces tendremos que esperar para comprender. Nos queda confiar y entregar nuestra piedra rota. Dios siempre ve en nuestra piedra rota el bello templo que puede construir, donde Él puede habitar.
El templo, Jesús, lugar de encuentro con Dios
Odysseus-Studio
Carlos Padilla Esteban - publicado el 09/11/14
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