A los 25 años de la caída del Muro de Berlín, 3 grandes tentaciones en la Europa actual: burocracia, corrupción y egoísmo
Este domingo, 9 de noviembre de 2014, el mundo recordará los 25 años de la caída del Muro de Berlín. En este contexto, el Papa Francisco visitará el Parlamento Europeo con un objetivo declarado: ayudar a Europa a salir de la actual crisis, una crisis del alma.
En el lado oriental era llamado Muro de protección antifascista; en el occidental, Muro de la vergüenza. Del 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989 separó simbólicamente en dos no sólo a Berlín, sino a toda Europa: al Este comunista, que giraba en torno a la Unión Soviética, y al lado occidental, aliado de los Estados Unidos.
Veinticinco años después de aquel evento que cambió el rostro del planeta, el Papa Francisco se prepara para una visita relámpago a las instituciones europeas con sede en Estrasburgo. El ambiente vuelve a ser de crisis, pero esta vez se trata de una crisis muy diferente.
Se trata de una misión relámpago. El Papa llegará a la ciudad francesa el próximo 25 de noviembre, a las diez de la mañana, y regresará antes de las dos de la tarde.
El programa prevé dos discursos a la Eurocámara del primer obispo de Roma nacido en el Nuevo Mundo: el primero, a los eurodiputados y representantes del Consejo y de la Comisión Europea; el segundo, al Consejo de Europa, organización internacional mucho más amplia (formada por 47 Estados, incluidos Rusia, Azerbaiyán o la misma Andorra, en el que la Santa Sede es Observador Permanente), destinada a promover la democracia, los derechos humanos y el imperio de la ley.
Tras las huellas de Juan Pablo II
«Será una ocasión excepcional», aclaraba el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, al salir de su encuentro preparatorio con el Papa el pasado 30 de octubre. El socialdemócrata alemán recordó el precedente de la visita a Estrasburgo de Juan Pablo II, el 11 de octubre de 1988. Un año después, caería el Muro.
En su discurso al Parlamento Europeo, el Papa polaco ya preveía (y era el único en ese momento en atreverse a decirlo) la entrada en la futura Unión Europea de países del Este.
Cuatro años antes de la creación del Mercado Común, subrayaba que Europa se basa en raíces comunes, en su alma, que no puede prescindir del cristianismo, y no en meros intereses inmediatos económicos.
Aclaraba además a los miembros del Parlamento Europeo que la laicidad, no el laicismo, fue expuesta por primera vez en la Historia por el mismo Jesús, cuando pedía dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y preguntaba: «¿Cómo podríamos concebir Europa privada de esta dimensión trascendente?» Por último, san Juan Pablo II animaba a Europa a ser solidaria también con los continentes más necesitados, en particular con África.
El escenario europeo ha cambiado profundamente. En aquel momento, la Comunidad Económica Europea estaba conformada por doce Estados, y tenía competencias más limitadas. Hoy, la Unión Europea cuenta con 28 Estados adherentes, y con 500 millones de habitantes, y mayores poderes. Ahora bien, el clima es de crisis, pero esta vez mucho más profunda.
Francisco, un referente no sólo para católicos
Según el socialdemócrata Martin Schulz, la visita del Papa se basa en los fundamentos del principio de separación Iglesia-Estado. Francisco, aclara, «se dirigirá en el hemiciclo no sólo a los eurodiputados y a los responsables de la Unión Europea, sino a todos los pueblos de Europa, representados por los elegidos».
El diálogo transparente entre las Iglesias y las instituciones comunitarias queda establecido por el Tratado de Lisboa. «Haciendo referencia a mi experiencia personal como alcalde de una ciudad de 40 mil habitantes [Würselen, en el Estado de Renania-Westfalia], puedo decir que,
con la presencia de las comunidades religiosas, la sociedad funciona mejor, se trata de presencias vivas particularmente en el campo de la solidaridad, la educación y la cultura».
Reconoce Schulz: «Recibiremos en el Parlamento Europeo a la personalidad que probablemente en este momento histórico se ha convertido en punto de referencia, no sólo para católicos, sino también para muchas otras personas, un elemento de orientación en una época en la que muchas personas están verdaderamente desorientadas, pues el mundo camina con una velocidad dramática, en ocasiones en direcciones muy arriesgadas. En este contexto, el Papa es alguien que da valor a las personas con su línea de honestidad».
El mensaje del Papa para Europa
Francisco ha tenido hasta ahora pocas oportunidades para afrontar directamente su propuesta para el Viejo Continente. Estos dos discursos se convierten, por tanto, en su primera gran cita con Europa.
Veinticinco años después de la caída del Muro, el Pontífice constata cómo Europa atraviesa una crisis más insidiosa, que tiene como causa el mismo problema del que ya entonces había alertado Juan Pablo II: la pérdida del alma europea.
Y es que, si Europa no es más que un mercado común y una moneda, cuando éstos se encuentran sacudidos por los avatares económicos mundiales, o los intereses partidistas, pierden su capacidad de consenso y su misma razón de ser.
Por lo contrario, el Papa concibe Europa como esa casa común, basada en valores compartidos, que han dado vida a los grandes logros políticos, económicos, culturales, artísticos y espirituales, de su historia.
Por este motivo, en el encuentro que mantuvo el Papa Francisco, el 18 de marzo de 2013, con la Canciller alemana, Angela Merkel, se refirió a Europa como «comunidad de valores». Cuando Europa deja de ser esa comunidad de valores para reducirse a una simple comunidad de intereses cambiantes, se dan las manifestaciones evidentes de las tres tentaciones que hoy vive Europa.
Las tres tentaciones de Europa
La primera y más evidente es la de la de reducir su propia misión a la burocracia. Si Europa no tiene un alma, si no tiene principios comunes, sólo intereses, sus representantes se convierten en meros burócratas sin misión ni visión. Las estructuras europeas corren el riesgo de reducirse a mero papeleo para reglamentar el mercado común. Y la burocracia no puede resolver grandes desafíos como el desempleo de sus jóvenes, o el invierno demográfico.
La segunda gran tentación es la corrupción. Cuando el servicio público no tiene principios, sino sólo intereses, es fácil confundir la política con los propios intereses, como se está viviendo en estos momentos en España.
Y la tercera tentación que el Papa denunciará en Estrasburgo es el egoísmo. Una Europa sin alma es una Europa egoísta. Primero, entre sus miembros. Atrás queda el empuje solidario que dio origen al proceso de integración europeo tras la Segunda Guerra Mundial, o a la incorporación de España y Portugal. Pero, sobre todo, la crisis de alma de Europa le lleva a mostrar su peor rostro en sus relaciones con los países más necesitados. Si sólo cuentan intereses, entonces los inmigrantes y refugiados se convierten en una amenaza.
Para superar esta crisis, se necesita recuperar la frescura y el entusiasmo que el Papa Francisco vive y contagia, alentando, por una parte, el proceso de integración, pero criticando al mismo tiempo la visión miope de una Europa incapaz de mirar hacia lo alto.
Y después, a Turquía…
Curiosamente, tres días después de visitar Estrasburgo, el Papa viajará a Turquía, para hacer una visita al Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé.
Si bien la visita busca, ante todo, promover las buenas relaciones con los cristianos ortodoxos (el otro pulmón del cristianismo europeo), el Santo Padre será recibido por el Presidente Tayyip Erdogan, quien atraviesa una situación sumamente delicada.
Con él afrontará los desafíos de Turquía, país que en estos momentos se debate entre quienes se oponen con todos los medios al Estado Islámico y quienes ponen al mismo nivel a los kurdos que luchan contra los radicales en el norte de Irak.
Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega