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Cuidar a “los nuestros” sin olvidar a los demás

Young woman playing with kids – es

FCC Program/US Army/Flickr CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/11/14

Debemos salir al encuentro de todo aquel que necesita ser amado y acompañado en el lugar y en la situación en la que se encuentra

El encuentro con Dios se da en el corazón del otro. El otro día, el Papa Francisco también nos lo dijo:«La pastoral de ayuda tiene que ser cuerpo a cuerpo. O sea acompañar. Y esto significa perder el tiempo. El gran maestro de perder el tiempo es Jesús, ¿no? Ha perdido el tiempo acompañando, para hacer madurar las conciencias, para curar heridas, para enseñar. Acompañar es hacer el camino juntos». 

Nos lo ha dicho muchas veces y no acabamos de comprenderlo. Ya no basta con acoger. No. Durante muchos años la Iglesia se ha limitado a esperar que llegaran los cristianos al templo. Y llegaban. Pero eso ya no basta hoy.

El hombre necesitado no recurre a la Iglesia a pedir ayuda. No busca a los cristianos, no necesita un sacerdote. No cree que su sanación se encuentre allí.

Desconfía de los hombres que hablan de Dios. No cree en su coherencia de vida. Desconfía por causa de los escándalos y no cree en la gratuidad del amor. Cree que siempre hay una segunda intención. No ve que Dios sea capaz de salvar al hombre.

Tal vez no le convencen los argumentos de los cristianos. Y es que todos creemos tener razón. A mí como sacerdote me ocurre que apenas logro hablar con no creyentes. En bodas, bautizos y funerales les predico a muchos. Pero normalmente estoy rodeado de creyentes.

Corro el riesgo de quedarme tranquilo con lo que hay, convencido de que eso es lo único que puedo hacer. Pero no es así. Decía el Papa Francisco al referirse a esa actitud: «En vez de ir a buscar ovejas para traer, o ayudar o dar testimonio, se dedican al grupito, a peinar ovejas. Son peluqueros espirituales. Eso no va». Podemos dar mucho más. Podemos hacer mucho más que peinar ovejas.

Claro que hay que cuidar a los creyentes, a los que necesitan más, a los que buscan crecer en su camino de santidad. Somos pastores. Somos padres. Dios nos da hijos en el camino de la vida. Nos tocará perder la vida cuidando otras vidas. Cuidando a los que desean llegar a lo más alto, a los heridos que buscan un hogar en la Iglesia, en el Santuario, a los que han echado raíces en el corazón de María.

El Santuario es lugar de acogida y encuentro. Allí tantas personas encuentran su descanso: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré». Jesús nos recuerda que Él es lugar de descanso.

Es nuestra misión cuidar a los que el Señor nos ha confiado. Así lo hizo Jesús con los apóstoles, con los suyos, con los más cercanos. Así lo decía hace poco el Papa Francisco al acabar el Sínodo de la Familia: «La tarea del Papa es recordar a los pastores que su primer deber es alimentar al rebaño que el Señor les ha confiado y procurar acoger —con paternidad y misericordia, y sin falsos miedos— a las ovejas perdidas». 

Una parte importante de nuestra misión es acoger. Es el camino por el que crece nuestra paternidad. Somos fieles en lo pequeño, cuidando la vida. Es la misión del cristiano: cuidar, acoger, acompañar, servir.

Comentaba el Padre José Kentenich: « ¿Cuántas veces debo examinarme acerca de cómo le va a cada uno, dónde tiene especiales dificultades, cómo lo puedo ayudar, cómo lo puedo servir? Son las cuestiones más esenciales para la consistencia, la firmeza de una familia. 

Mientras más sirvo, mientras más me entrego y me obsequio, tanto más soy objeto de regalos. En cada individuo sirvo a sus características, a su misión e incluso enteramente a su misión. ¡Yo estoy para servir! 

La mayor alabanza, el mejor mérito que puedo reclamar para mí es la conciencia de haberme entregado desinteresadamente por cada uno»[1]

Es el don de acoger, de servir y ser hogar, de cuidar a otros y ser tierra donde recobrar fuerzas. Queremos ser fieles y no olvidarnos de los que Dios pone en nuestras manos.


Pero el Papa nos invita a ir más allá de los que nos ha confiado: «Me he equivocado; he dicho acoger: ¡ir a buscar!». Hay que salir al encuentro de los que no buscan. Es necesario acompañar a los que no creen.¿Cómo podemos hacerlo?

Es tan difícil entrar donde no somos bien recibidos. Hablar con quien no quiere escuchar. Sin embargo, no podemos darnos por vencidos. Hay que ir a encontrar al que no nos busca, incluso al que busca algo sin saber bien qué.

Eso sí, no se trata de hacer proselitismo. Fue una de las palabras más usadas por el Papa en nuestro encuentro. No se trata de convencer a los demás con las palabras. Las palabras se las lleva el viento. Estamos cansados de palabras. La vida pasa por el amor, no tanto por las palabras.

Nuestros gestos serán los importantes. El amor no se juega en razones sino en hechos. Nuestra misión es salir al encuentro del hombre que necesita ser amado y acompañado en el lugar y en la situación en la que se encuentra.

Amar sin esperar nada. Amar sin buscar respuesta. Así lo decía la Madre Teresa: «Darle a alguien todo tu amor nunca es un seguro de que te amarán de regreso, pero no esperes que te amen de regreso». 

Sólo el amor arrastra, convence. Dar todo el amor sin esperar que nos lo devuelvan. El amor despierta amor. Tenemos que aprender a perder el tiempo con los que no nos dan nada, con los que no nos son útiles para nuestros fines, sin esperar algo más. Más aún cuando sabemos que puede que esa inversión no sea fecunda.

¡Qué difícil es dejar de hacer lo que teníamos previsto, lo que queríamos hacer, y dar la vida por amor a otros, perdiendo el tiempo con ellos! Así es la vida.

Así lo hizo Jesús. Él fue un especialista en perder el tiempo. Un maestro. Lo perdió muchas veces por los caminos. Se hizo el encontradizo. Se dejó buscar. Se dejó encontrar. Se dejó tocar. Escuchó con paciencia y el corazón abierto. No tenía prisas, ni agenda, ni una estrategia fríamente calculada.

Calmó al que sufría en su dolor. Se detuvo ante el hombre roto. Sostuvo al herido al borde del camino. Perdió el tiempo tantas veces. No le importó.

A veces pensamos que el tiempo de las personas importantes vale más que el de las que no son tan importantes. Y nos sorprende cuando el Papa es capaz de perder el tiempo con una persona sin buscar nada.

El tiempo vale siempre lo mismo. El tiempo es de Dios. El tiempo siempre es valioso. Porque es donde Dios se hace carne. Donde se hace vida.

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