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Contra la prostitución infantil, seguridad afectiva en la familia

prostitución infantil, pies arriba de la mesa

© Global Panorama

Juan Ávila Estrada - publicado el 06/11/14

Muchos niños que caen en las redes de prostitución tienen duras situaciones de desamparo o violencia en casa

Que los niños son el futuro del mundo, que ellos son prioridad para un estado que ha entendido lo que significa salvaguardar ese futuro y su propia fortaleza, que ellos merecen todo el cuidado y protección de la familia y de la sociedad, es algo que  defendemos y promulgamos.

Ahora bien, que esto sea lo que sentimos no indica necesariamente que sea lo que hacemos. Es clara la importancia que cada uno de ellos tiene, pero es vergonzante descubrir que cuando se trata de pisotear y mancillar derechos y dignidad,  son los primeros que sufren las consecuencias. Tal vez su estado de indefensión, la confianza que le generan los adultos pensando que siempre obrarán a su favor, las condiciones extremas de pobreza en las que muchos viven o el analfabetismo de los miembros de su casa, los primeros custodios de su vida y de su dignidad, los ha llevado a que sean explotados sexualmente o abusados  por  mercaderes que lucran su vida mediante la dignidad, integridad física y honra de estos pequeños.

Con profundo dolor hemos sido testigos de qué manera  las redes que promueven el proxenetismo y  la prostitución infantil han ido creciendo de manera vertiginosa llevando al “mercado” a quienes deberían ser los más protegidos de nuestras comunidades. 

Muchos de ellos llevados por condiciones de pobreza profunda  o de violencia intrafamiliar son personas que en el inicio de sus vidas ya se encuentran  destrozadas psicológica y espiritualmente, por eso se refugian en quienes en principio generan algo de confianza y posibilidad de encontrar alivio a su incipiente dolor humano.

Por otra parte, los llamados “clientes” de la prostitución infantil, tienen también problemas profundamente arraigados, porque, en cierto sentido, también están esclavizados. Muchos  tienen más de 40 años de edad, la mayoría han sido abusados sexualmente o necesitan establecer relaciones de dominio y de poder sobre la otra persona y son incapaces de establecer relaciones de reciprocidad y de respeto. Buscan a las (los) menores porque realizan así una experiencia de total dominio y control  durante un determinado espacio de tiempo.

Para  estos explotadores  de la dignidad infantil   se necesita  más que una condena social. Deberían ser objeto del pleno rigor de la ley y  tendrían  que recibir ayuda para afrontar sus problemas más profundos y encontrar otras maneras de atender a sus cosas personales. Comprar sexo  no es una solución para los problemas que nacen de la soledad, de la frustración y de una carencia de auténticas relaciones y peor aun  cuando éste se comercializa con aquellos que no son capaces aún de entender de modo adecuado lo que está sucediendo.

Nuestro papel como familia  es  fortalecer los vínculos afectivos con nuestros hijos de tal forma que sean capaces de compartir con los padres todas aquellas situaciones en la que se sienten afectiva y  sexualmente amenazados de manera  que la víctima no se sienta victimaria o propiciadora de la situación.

En principio, cuando un padre de familia intuye situaciones particulares de salidas clandestinas,  amigos extraños o tenencia de dinero u objetos que en condiciones normales de casa no se podrían tener, ha de llevarlos a investigar su procedencia y el proceder de los menores. Que la prostitución sea un enorme peso para la sociedad lo es aún más cuando ésta se ejerce mediante menores de edad que son aprovechados por quienes sólo ven en ellos fuente y objeto de placer para los potenciales “clientes”. 

También es importante tener en cuenta que cuando la propia casa se convierte en un lugar en el que el menor de edad no se siente protegido y amado y éste la ve como una amenaza para su propia seguridad y bienestar  es por ello que termina cayendo en manos de quienes se aprovechan de la situación dándole a los chicos y chicas  la apariencia de ayuda económica y de emancipación del “yugo” doméstico.

La tarea que al Estado compete en cuanto a la protección infantil no debe eximir a los padres de la suya propia. La Iglesia entonces sigue propugnando por un proceso de afianzamiento de la familia en la que se generen y se cuezan los más sólidos fundamentos para la defensa de la dignidad de la vida humana en todas sus manifestaciones.  Ella cree profundamente que todos los vacíos que en el hombre se abren no pueden ser llenados sino por el afecto, el amor y la confianza que se empieza a dar entre los miembros de casa.

En el caso de quienes han sido arrancados de las garras de este enorme monstruo, la acogida sin condenación y la redención sin  juicios es lo que le permitirá a cada uno de los afectados sentir que son auténticamente valorados en lo que cada uno es como persona y no como objeto de placer;  que puedan mirarse a sí mismos de una manera distinta porque son mirados de manera distinta les enseñará algo que seguro han perdido en el camino: encontrar una actitud y una mirada humanizante para con ellos. Saber que no son un “juguete” para los adultos sino  personas integrales para quienes les tratan será de gran ayuda para su propia valía.

La familia, la Iglesia, el colegio y el Estado han de aunar esfuerzos para trabajar en beneficio de la niñez y para lograr detener mediante las leyes coercitivas, pero sobre todo mediante la educación y el afecto a todos los niños de este enorme mal que nos aqueja y que desdice de nuestra humanidad.

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