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Padres que salvan. Hijos que no luchan.

La boa y el elefante - publicado el 05/11/14

Este pasado fin de semana fue largo en Madrid para los estudiantes ya que el viernes era un día no lectivo. Cuando mis hijos llegaron a casa la tarde del jueves, como siempre, les pregunté qué tal el día y repasamos las tareas que tenían que realizar en casa. Mi hijo mayor, ya en 5º de Educación Primaria (10 años), tenía que estudiar Ciencias Sociales para un examen que les harían el lunes sobre el relieve de España, el mapa físico y los principales ríos, vertientes, cordilleras, etc. Quedamos en que era él quién debía buscar los ratos para estudiar ya que tenía que comenzar a responsabilizarse en serio de sus deberes.

Varias veces durante el fin de semana le recordé que tenía que sacar tiempo para estudiar y, varias veces, se metió en su habitación, saliendo al rato diciendo que ya había estudiado. Hizo sus otras tareas a su tiempo y, más o menos, tomó él sus propias decisiones. Su madre y yo le dejamos. El domingo, a las 20:00 y justo antes de cenar, le dije que le iba a preguntar la lección de Sociales. Se sabía nada o casi nada. Sin enfadarme, le dije que no iba a estudiar en ese momento, que era domingo, hora de cenar y que al día siguiente se iba a pegar un castañazo en el examen. No fue fácil.

No es fácil para los papás y las mamás soltar cuerda. No es nada fácil. Todos sabemos que hay que hacerlo pero la tentación de "salvar" continuamente a nuestros hijos es tan poderosa… Normalmente apelamos al amor y a la pena pero ¿no es más amor apostar por su crecimiento, por él, por ella, por confiar en sus decisiones, por enseñarles que hay que asumir las consecuencias, por acompañarles cuando se equivocan pero no evitarles la equivocación? No fue agradable pasar el rato de la cena viendo a mi hijo llorando, desconsolado, porque yo le había reñido y me había enfadado. No fue fácil explicarle que no debía estar disgustado por mí sino por no haber hecho sus deberes. No fue facil tener al abuelo al lado suplicando en voz bajita que le dejáramos estudiar un rato. No fue fácil convivir un rato con la incertidumbre de si aquello era lo correcto.

Como hijos, queremos que nuestros padres nos eviten todo aquello que nos hace sufrir, que nos protejan, que nos alejen de las dificultades. La lógica de un padre, que mira con otras gafas, es distinta. El padre sabe que la apuesta no es ahora, quitar la piedrecilla del zapato que molesta, sino luego, después, más allá. El padre mira al horizonte y aspira a la felicidad verdadera de su hijo y no, simplemente, a la evasión momentánea del dolor. El padre sabe que el dolor llegará antes o después y que lo mejor que puede hacer es enseñar a crecer, a decidir, a ser libre, a creer, a confiar, a soñar, a aguantar, a luchar, a mantenerse. 

El niño se salvó por los pelos porque le cambiaron el examen al viernes. Ahora lo tiene ya estudiado. Pero además del relieve de España, sabe que sus padres lo aman y ese amor se lo manifiestan más enseñándole a luchar que protegiéndolo de la batalla.

@scasanovam

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