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¿Para qué desplazar el ego del centro de mi vida?

Dedo tapa el sol

© Manolo Gómez / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 04/11/14

Las cosas me afectan de otra manera, soy más libre, más de Dios, la mirada cambia, sufrimos menos, amamos más

A veces el amor duele. El amor verdadero, no el amor enfermo que provoca dolor sin sentido. El amor verdadero duele porque exige lo mejor, porque desea lo mejor y da lo mejor.

El amor sano saca lo mejor del alma. Eso a veces nos exige esfuerzo, lucha, renuncia, sacrificio, entrega, pero es muy bonito. No es tan blando el barro como quisiéramos.

Construir una casa firme, que resista el viento, cuesta. Si los cimientos están rotos y son blandos, no resiste. Pero cuesta tirar los cimientos y volver a empezar. Dios talla la piedra. A veces siento la fragilidad de mis propios cimientos. La piedra tosca se rompe. Y le pido a Dios empezar otra vez desde abajo, desde lo profundo.

Dios construye sobre lo que hay. Coloca su propia piedra preciosa en mis cimientos. No prescinde de mí, aunque yo lo pretenda. Cuenta conmigo, para mi sorpresa.

Sus cimientos son firmes. La roca de Pedro. El fuego de Pablo. Cimientos firmes hundidos en la hendidura de su roca. Me costará toda la vida construir la casa. ¡Qué importa! Tenemos todo el tiempo del mundo. Su tiempo.

Tal vez vivimos demasiado centrados en nosotros mismos y por eso resulta difícil construir. A lo mejor es inevitable. Vivimos centrados en nuestras necesidades, sueños, anhelos. Medimos desde nuestro pequeño mundo, desde lo que yo siento, pienso y hago.

Vivir centrados no nos salva. Vivir descentrados parece el camino, pero, ¡qué difícil es!

Siempre me hace gracia recordar una viñeta de Mafalda. Miguelito, uno de los protagonistas, veía el mundo desde su ego. Quizás como todos. Y visto el mundo así, resultaba que la gran torre que veía a lo lejos, era insignificante cuando colocaba su dedo gordo delante de los ojos. En ese momento su dedo era mucho más grande que la torre. Su dedo importaba más que la torre diminuta. Era su dedo.

Esta viñeta habla mucho de la vida. Mucho de nuestro ego. Ese ego que tenemos dentro y que nos lleva a conjugar todos los verbos en primera persona. Yo hago. Yo tengo. Yo soy. Yo he estado. Yo he logrado. Yo he vivido. Sí. La irrenunciable primera persona con la que conjugamos la vida. Yo dije, yo escribí, yo amé.

Dejar de estar en el centro parece peligroso. Nos asusta no ser nombrados, mencionados, admirados. Pretendemos que todos piensen bien de nosotros y nos quieran. Nos da miedo perder el centro y perdernos.

El otro día el Papa Francisco, en la audiencia que tuvimos con él como Familia de Schoenstatt, con ocasión de nuestros cien años de historia, nos decía: «Ayuda no mirar las cosas desde el centro. Porque el único centro es Jesucristo. Ayuda la mirada amplia y clara que se da sólo cuando no se miran las cosas desde el centro, sino desde las periferias». 

Vivir descentrados. Vivir fuera y mirarnos. Vivir en Cristo y desde Él mirar nuestra vida. Parece muy difícil. Tal vez imposible contando con nuestras fuerzas.

Al fin y al cabo, yo soy el que tengo sed, a mí me duele la vida, yo me canso cuando me esfuerzo y envejezco cuando vivo, yo sufro con los fracasos y amo la vida que vivo, a mí me limita la enfermedad. ¿Cómo se conjugan si no los verbos principales de la vida? ¿Cómo se puede amar si no es en primera persona?

Yo amo y soy amado. Yo doy y yo recibo. Yo gano o pierdo. Yo avanzo o retrocedo. Siempre aparece la primera persona en el centro. Yo en el centro. Lo mío es lo que importa. Lo que me afecta a mí y me hace sufrir.

Las injusticias conmigo. Las derrotas en las que pierdo. La ofensa que me afecta. El olvido. Son mis planes, mi agenda, mis pasiones, mi vida. Lo que me gusta o disgusta. Mi viaje, mi experiencia.

Ponernos en la piel de otro es aparentemente imposible. Tal vez nos falta empatía. Aún así, el Papa Francisco tiene razón. La vida se ve de otra forma cuando nos descentramos. Cuando lo mío deja de ser lo más importante. Cuando la vida no gira en torno a mí.

Entonces las cosas me afectan de otra manera. Soy más libre. Más de Dios. Cuando renuncio a mi ego por amor a un tú, a muchos túes, la mirada cambia. Sufrimos menos. Amamos más.

Hay personas que tienen un don especial para salir de ellos mismos, a lo mejor han recibido una gracia de Dios, y viven su vida descentrados. Son ángeles. O santos a los que podemos tocar. 

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