Todos los partidos políticos necesitan sacudirse sus ambiciones voraces e inmorales, realizar una revisión a fondo de sus idearios y de sus prácticas de gobierno
La preocupante situación por la que atraviesa el país se debe a una profunda crisis provocada por la desigualdad social, la corrupción, la muy deficiente educación y la ausencia los valores. La situación económica nos hace ser una sociedad disfuncional, ya que mientras que un pequeño porcentaje de la población puede darse una vida de primer mundo, más del 50 por ciento de los mexicanos vive en los límites de la pobreza, con recursos de supervivencia, y una buena parte en la miseria extrema.
Si tomamos en cuenta que los partidos políticos tienen como única finalidad proponer programas para solucionar los problemas sociales y postular candidatos para acceder al ejercicio de gobierno y lograr los cambios necesarios, debemos decir que en México han fracasado todos los partidos políticos, porque no han buscado en el ejercicio de gobierno el bien de la sociedad, sino beneficios personales y de grupo a través de una insultante corrupción. No es gratuito el desprestigio que han alcanzado en la opinión pública porque una buena parte de la clase política ha traicionado a la ciudadanía, haciendo de sus campañas pura demagogia, y de sus responsabilidades de gobierno una mera frivolidad, cuidando más de su imagen que del bienestar social.
En este escenario han quedado al descubierto los partidos de la falsa izquierda mexicana, que deberían ser los primeros en estar comprometidos con las clases más desfavorecidas y que, sin embargo, son los que más daño le han hecho al país. Baste recordar la administración capitalina pasada, la más corrupta que haya sufrido la capital, y que en lugar de desarrollar políticas públicas para una superación económica y cultural de los más pobres –en coherencia con sus postulados ideológicos–, se dedicó a promover leyes inmorales contra la vida y la familia, presumiendo con ello de ser gobernantes modernos y de vanguardia. A estos gobernantes les preocupaba más promover el uso de la bicicleta en una ciudad caótica, que solucionar el problema de seguridad y recuperar la dignidad en cientos de barrios olvidados y deprimidos de nuestra ciudad, que se han convertido en rehenes de una delincuencia que a la actual administración –también de izquierda–, le da miedo llamar por su nombre, cuando se trata de verdadera delincuencia organizada.
Son los gobiernos estatales de esta falsa izquierda los que han entregado los peores resultados, ahí tenemos sus víctimas: Michoacán, Zacatecas, y ahora Guerrero y Morelos, territorios donde la izquierda corrupta, haciendo a un lado sus compromisos sociales, se ha distinguido por la total ineficiencia y, lo más grave, por sus alianzas con grupos criminales, sea por impotencia o por conveniencia.
Todos los partidos políticos necesitan sacudirse sus ambiciones voraces e inmorales, realizar una revisión a fondo de sus idearios y de sus prácticas de gobierno; todos los partidos necesitan un protocolo de confianza para elegir candidatos honestos y convencidos de su vocación como servidores públicos. Hace falta una verdadera campaña al interior de los partidos para recuperar los principios éticos y los compromisos morales. Hace falta dignificar a la política, que hoy por hoy, parece no tener remedio ni redención.
Lo sucedido en el estado de Guerrero ha dejado al descubierto a todos y ha puesto a prueba al sistema mismo: la sociedad mexicana, comenzando por los partidos políticos, está obligada a recorrer el camino de la legalidad y honestidad. Si no lo hacemos pronto será tarde.