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¿Hay algo más terrible que no responder a aquello a lo que hemos sido llamados? ¿Hay algo más terrible que no ser aquello para lo que hemos venido al mundo? Lo siento. Sólo pensar en la tristeza del joven rico me pone la piel de gallina y me inunda de una tristeza con la que es difícil convivir.
Ayer vimos en casa "En busca de la felicidad", la película de Will Smith y su hijo. Me gustó y, aunque ya la había visto, verla en este momento abrió de nuevo la caja de Pandora de mis sueños y frustraciones. Luchar por lo que uno quiere, perseguir un sueño, llegar a la extenuación por ser más, por llegar a más, por no conformarse con la mediocridad… Y cojo las lecturas de hoy y ¿qué me encuentro? Una afirmación lapidario de S. Pablo: "Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados".
Esto de la vocación no es sencillo. Hay gente que tiene muy clara su vocación desde bien pequeña. Yo la he intuido desde joven: educador, maestro. Sí, creo que mi manera de servir a Dios y al mundo es sirviendo a las personas para que, como ya descubrió S. José de Calsanz hace más de 400 años, podamos suponer que con "piedad y letras", el niño y el joven puedan alcanzar la felicidad y ser útiles a la sociedad. ¡Pero hay más cosas que me pican! La política, la comunicación… El camino de la vida es tan entretenido que, cuando piensas que ya tienes claro algo, el Señor te va abriendo otras puertas que te obligan a seguirte preguntando y a seguir respondiendo. Muy complicado es esto. Y esa dulce oscuridad de no saber qué debe responder uno… ¿Tú también la has sentido? Esa tensa espera de sentir que el Señor te tiene algo preparado y no sabes si lo verás, ni cómo vendrá… ¿A que me entiendes?
¿Y hay algo peor y más complicado que responder a la propia vocación? Pues si eres padre, la llevas clara. Creo que, como padre, mi principal tarea es ayudar a mis hijos a encontrar y responder a la llamada de Dios para cada uno de ellos. ¡Buf! Aquí es cuando uno resopla, se remanga y pide toda la ayuda divina que el cielo sea capaz de ofrecer. ¡Qué tarea! ¡Qué responsabilidad! ¡Qué riesgo!
Tengo claro que sólo voy a vivir una vez y tengo claro que Dios me ha regalado la vida como adelanto del Reino que viviré en la eternidad. Tengo claro que se espera algo de mí y que no he venido sólo para figurar y hacer algunas cosillas bien. No hay mayor preocupación ni mayor objetivo que responder como Samuel: "Aquí estoy, Señor". No hay fracaso mayor, ni mayor infierno en la tierra, que vivir de espaldas a la propia vocación. No lo dudo. No hay mayor sueldo ni mejor nómina que acostarse agotado por hacer aquello que Dios quiere que hagas.