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El fracaso de Jesús

Jesus is crying over Jerusalem – es

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/10/14

​El Dios que todo lo puede no puede forzar el corazón del hombre

Dicen que la adulación es el arma letal de los hombres débiles. De aquellos que no son claros y directos. De los que dan rodeos intentando lograr su objetivo.

Reconozco que me gustan las personas que van de frente. Las que te dicen lo que piensan sin rodeos. Las que hoy dicen una cosa y mañana se mantienen fieles en su postura, como una roca. Aquellos que te dicen lo que pretenden, o lo que esperan. Que no camuflan sus intenciones con adulaciones. Me gusta la gente franca, abierta, de una pieza, sin doblez.

En general me cuesta la adulación. Sea sincera o falsa. Me cuesta que me adulen para conseguir algo. Y me doy cuenta con frecuencia del efecto que produce la adulación. Los elogios nos relajan, creemos al que nos adula.

Podemos caer en la vanidad, nos sentimos mejores que el resto. Subimos a un pedestal y desde allí observamos la vida. Nos sentimos seguros, en posesión de la verdad. Tal vez uno puede dejar de escuchar. Habla más que escucha. Porque no hace falta.

Es triste ver cómo se reblandece el alma con la adulación. Nos creemos especiales, únicos, elegidos para una gran misión. Y cuando cesa la adulación podemos pensar entonces que la vida es injusta, que han olvidado todo lo que valemos, que han dejado de admirar el oro de nuestra vida.

Jesús no se deja adular. Pienso que a Jesús le duele, como me dolería a mí, la falta de confianza de los que buscaban que fallase con trampas y estrategias. Jesús a veces se entristece. No pudo llegar a todos. ¡Qué impotencia!

El Dios que todo lo puede no puede forzar el corazón del hombre. Sólo pudo esperar y proponer. Tan cerca y tan lejos. Muchos no le comprendieron, lo juzgaron, no fueron capaces de reconocer a Dios caminado a su lado, comiendo a su lado, amándolos, sanando.

Ellos pudieron ver sus ojos, y tocar sus manos, oír su voz fuerte y recibir su abrazo. Pero no lo vieron. No supieron reconocer el agua que respondía a su sed, la luz de su camino, la verdad de sus preguntas.

No supieron ver a Dios cuando hablaban de Él a todas horas, ¡qué paradoja! No se abrieron al único capaz de acoger su búsqueda, de pronunciar su nombre y sostenerles en la palma de su mano, de darles hogar. Fue el fracaso de Jesús. Su desilusión, su impotencia.

Jesús sabe muy bien lo que siento cuando me malinterpretan, cuando me juzgan sin conocerme, cuando me rechazan porque soy distinto y no entro en el molde.

Él se debió sentir solo muchas veces. A todos nos cuesta que no capten quiénes somos, que supongan de nosotros, que nos etiqueten y no nos den la oportunidad de mostrarnos como somos.

A Jesús le dolería cuando no lograba llegar al corazón de las personas. A Él le da igual quedar bien, sólo le importa la persona. A veces, al ganar, perdemos. Y otras, al perder, ganamos. ¿No es verdad que cuando humillamos a otro nos sentimos mal y a veces al ceder y dejar que otro se salga con la suya nos sentimos en paz y con alegría?

Jesús hubiese preferido perder frente a los fariseos. Hubiera querido encontrarse con cada uno y mostrarles cómo los ama ese Dios del que hablan pero no conocen.

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