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¿Qué ha aportado el cristianismo a la ética médica?

Juramento de Hipócrates

© kienyke

Centro de Estudios Católicos - publicado el 21/10/14

De la ética médica a la bioética

Desde hace unas cuantas décadas se ha venido escuchando con más frecuencia el término “bioética” y su importancia en el área de la salud. A pesar que su origen exacto no ha sido definido completamente, se ha visto con mayor claridad que en el fundamento de esta nueva disciplina podemos encontrar rasgos comunes con la normatividad en el quehacer médico, que se remonta a la época de la antigua Grecia, en los años en que Hipócrates (460 – 370 a.C.), el “padre de la medicina” desarrollaba sus postulados éticos.

Ciertamente la historia ha sido más compleja y existieron muchos hitos importantes posteriores a Hipócrates, que han contribuido en la evolución de estos principios éticos. En esta ocasión profundizaré más acerca de la relación de la ética médica antigua, pasando luego por los aportes del cristianismo que la han enriquecido y que la han constituido en una base fundamental para el surgimiento de la nueva disciplina1.

¿Juramento Hipocrático, un asunto del pasado?

El Juramento2 es probablemente el documento más célebre del Corpus hipocrático. Este documento contiene en su formulación una valiosa riqueza. Destinado a los médicos, hombres que tenían un oficio y una profesión por encima de la ley3, posee una estructura que representa la cultura y la tradición propia de la época. Entre sus características principales están:

En primer lugar, una introducción que invoca a la divinidad.

En la parte central se encuentran los compromisos frente a los maestros, colegas y pacientes. Se promete hacer el bien y no practicar el mal.

Por último, propone unas sanciones por parte de la divinidad de acuerdo al cumplimiento o no del mismo juramento.

Así se entiende que la profesión médica poseía desde sus orígenes una relación con lo trascendente y estaba revestida de carácter sagrado.

En el juramento también se encuentra una moralidad específica: los principios de beneficencia y no maleficencia. Corresponde a una moralidad objetiva, que se encuentra por encima de los deseos subjetivos, y que se ordenan al bien en sí mismo y al respeto de la persona. Estos han sido tradicionalmente los dos principios que han orientado el actuar del médico. Hacer el bien a quien se atiende, a la persona del enfermo y buscar además no hacerle ningún mal.

Los aportes del cristianismo a la ética médica

Las palabras y obras de Jesús han enriquecido la concepción y el ejercicio de la medicina que se había venido desarrollando desde la antigüedad. Los principales aportes de la doctrina cristiana han sido entre otros:

La fundamentación del concepto de persona humana: El desarrollo de la antropología cristiana, que supera el dualismo tradicional, que propone el valor y la dignidad del ser humano en toda su integridad, al haber sido creado por el amor de Dios, a su imagen y semejanza.

La configuración teológica en la asistencia del enfermo y la profesión médica: En este sentido la asistencia sanitaria adquiere un valor nuevo, que se encuentra en la vivencia de la caridad de Cristo. En cada persona enferma que se atiende está la imagen visible de Cristo, el rostro sufriente del Señor que espera ser atendido con el mismo amor que Jesús le tuvo a cada uno de los enfermos que sanó.

La riqueza de las enseñanzas de la parábola del buen samaritano: Es el modelo a seguir de cualquier profesional de la salud. Es lección de reverencia frente a la dignidad e integralidad de todo ser humano.

El médico en sentido cristiano: El concepto del profesional médico también se transforma, dejando de ser un personaje que está por encima de la ley moral para convertirse en un servidor, un instrumento

en las manos de Dios para servir a los que sufren.

Esta concepción cristiana ha permanecido a lo largo de varios siglos y sus orientaciones se han plasmado en varios modelos de atención y servicio en la medicina; además ha sido acogida y plasmada por múltiples personas y centros hospitalarios.

A pesar de las corrientes ideológicas posteriores, contrarias a la cultura cristiana, sus enseñanzas y doctrinas siguen vigentes y no es infrecuente que sean retomadas por muchos autores, instituciones y la pedagogía del Magisterio de la Iglesia.

Hacia una cultura bioética

En las últimas décadas, los acelerados cambios a través de las ciencias no han sido ajenos al campo de la medicina y esto conlleva a que se presenten nuevos desafíos y circunstancias que ameritan una reflexión en su quehacer.

Vemos además que son muchos los autores que han estado reflexionando sobre la necesidad de regular estos cambios a través de los principios éticos y los valores morales. Es así que surge con más fuerza durante la década de los 70 –aunque años antes ya se venían gestando reflexiones– la bioética como una ciencia “puente”4 que una lo concerniente a las ciencias biológicas con lo que compete a las ciencias humanas.

Tradicionalmente, se ha concebido como «el estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y de la salud, analizadas a la luz de los valores y principios morales»5.

Desde sus inicios, se contempla que su objeto de estudio trascendiera el ámbito médico y no se centrara únicamente en el ser humano, sino que pudiera aplicarse a todos los seres biológicos y al cuidado del ecosistema en general. Sin embargo, esta “bioética global”6 –como se le ha llamado a esta perspectiva– no podría entenderse sino está en función y al servicio del ser humano.

Podría decirse que el hombre se convierte en el eje central de las reflexiones de esta nueva disciplina. ¿Cómo llegar a estar conclusión? ¿Por qué darle esta relevancia al ser humano?

Para responder a estos interrogantes son iluminadoras las palabras de san Juan Pablo II a un grupo de profesionales de la salud reunidos en Italia para un Congreso de Medicina: «La persona, en efecto, es medida y criterio de bondad o de culpa en toda manifestación humana. El progreso científico, por tanto, no puede pretender situarse en una especie de terreno neutro. La norma ética, fundada en el respeto a la dignidad de la persona, debe iluminar y disciplinar tanto la fase de investigación como la de aplicación de los resultados adquiridos mediante ella»7.

Teniendo en cuenta lo anterior es preciso volver a las raíces, recordar el legado a lo largo de la historia, de donde la reflexión bioética ha recogido gran parte en las formulaciones de la ética médica en sus inicios, además de los ideales hipocráticos de buscar el bien del hombre, y por último las valiosas contribuciones del cristianismo que pone a la persona humana en el centro y fin del obrar ético.

 Por Álvaro Díaz Díaz
Artículo originalmente publicado por Centro de Estudios Católicos

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