Nuestra Madre nos equilibra y nos lleva a dar nuestra vida
Queremos seguir amando. Ojalá aprendiéramos a amar con más madurez. Sin querer retener. Sin quedarnos en las expectativas que no se cumplen.
El amor de María nos transforma. Ella devuelve el equilibrio que muchas veces perdemos en el camino convulso de la vida. Nos regala esa paz perdida. Nos equilibra en nuestro desorden.
Así hizo con el alma del Padre José Kentenich. Este fue el papel que jugó María en su vida desde el comienzo: «El alma se mantuvo en equilibrio gracias a un amor a María personal y profundo. María es el punto de intersección entre el más allá y el más acá, entre lo natural y lo sobrenatural, es la balanza del mundo. Mediante su ser y misión mantiene al mundo en equilibrio»[2].
María mantiene el equilibrio en un mundo desequilibrado. Un mundo roto, desunido, dividido.
Recuerdo a san Roberto. Fue un monje enamorado de Dios hasta lo más profundo. Un monje benedictino que buscó volver a la pureza y sencillez de san Benito. Con él comenzó un nuevo camino en el Císter.
Un día reflexionaba las palabras oídas al Abad: «Busqué un hombre que se mantuviera en la brecha, delante de mí, en defensa de la tierra, para que yo no la destruyera; y no encontré ninguno» Ezeq 22, 30.
Le habían hecho imaginar el cuadro de una ciudad sitiada, con una enorme brecha en su muralla. Veía un solitario caballero, de pie, en medio de la abertura, como única defensa de todo el pueblo.
Esa fantasía removía su sangre guerrera. «Pero lo que había oprimido su corazón en el capítulo era el dolorido lamento de la última frase: – Y no encontré ninguno. Se preguntaba si Dios tendría más éxito en su búsqueda en los tiempos que corrían. No podía liberarse de la idea de que ese pasaje le concernía directamente, que estaba dirigido a él»[3].
Una brecha abierta en la muralla. Una brecha y la necesidad de que alguien esté allí dispuesto a entregar su vida. A renunciar por otros. A dar la vida por los hombres.
El mundo tiene muchas brechas abiertas. Necesita hombres dispuestos a estar firmes, en pie, entregados. No es fácil decir que sí y ponernos en esa brecha con tanto riesgo.
Hacen falta corazones nobles, humildes, sencillos, libres. Corazones abiertos a la gracia, al poder de Dios. Será una renuncia fecunda.
Nos sentimos como san Roberto. Queremos ser ese hombre en mitad de una brecha abierta. En medio de la batalla. Sostenidos por el sí de María pronunciado sobre nuestra vida. Ese sí de amor. Ese sí sencillo. Lo queremos también repetir con el corazón entregado: «Aquí estamos, Madre, aquí estamos para darte nuestra vida».