Ayer domingo celebramos en casa el 12º aniversario de boda. Fue un 19 de octubre de 2002, a la vera del Parque del Retiro, en Madrid, donde Esther y yo pusimos delante de Dios y de la Iglesia un proyecto que ambos nos mostramos dispuestos a llevar a cabo, juntos. Doce años después, seguimos de la mano, firmes y confiados en que es Dios quién nos sostiene y que en Él debemos posar nuestra mirada.
Constato, por las felicitaciones recibidas por distintos medios, que somos para muchos una guía, una luz, un referente. Nunca me he considerado tal. De puertas para adentro uno es consciente día a día de sus limitaciones, de sus errores, de sus problemas y de las enormes dificultades que entraña un proyecto matrimonial y familiar. A veces pienso cuánto se decepcionarían algunos si presenciaran, en directo, lo mal que gestionamos muchas veces el cansancio, las diferencias y las expectativas de cada uno.
En estos doce años hemos sido bendecidos con tres hijos maravillosos, con trabajos de los que podemos vivir y en donde podemos construir la sociedad de la que formamos parte, con una comunidad de hermanos en la Escuela Pía donde semanalmente oramos y compartimos vida, con familias y amigos que nos quieren, nos apoyan y nos respetan, con un hogar abierto… Hemos sido bendecidos el uno con el otro porque, doce años después, sabemos que Dios nos quiere juntos y que juntos somos llamados a ser Buena Noticia.
Pero han sido también doce años plagados de dificultades. Dios sostiene, en verdad, pero no ahorra la cruz a las parejas. Quién está dispuesto a amar y a darse debe estar dispuesto también a subirse a la cruz. El matrimonio, en constante dinamismo, es una costosa cosntrucción, plagado de tentaciones, zarandeos, desalientos… No es fácil darse a otro, no es fácil pensar sólo en su felicidad y renunciar a lo que uno necesita y desea. A mí me sigue costando no sintonizar mi eufórico y vital despertar mañanero con el pesado y cargante despertar de Esther. Y de ahí para adelante. Uno necesita más besos, al otro le cuesta darlos; uno es más operativo, él otro más caótico; uno con unos hobbies, el otro con otros; uno que necesita irse pronto a la cama, el otro que revive en la noche… Nos cuesta afrontar nuestros cansancios y manejar las tensiones que provoca. Nos cuesta no gritar a los niños cuando la paciencia no da para más. Nos cuesta no enzarzarnos en réplicas y contrarréplicas cuando uno expresa lo que le duele o le molesta…
Nuestro proyecto es firme pero nunca definitivo. Nos equivocaríamos si nos echáramos a descansar. Como toda obra de arte, la pareja es sublime y frágil. Como la rosa del Principito, necesita cuidados y un biombo para protegerla. Nosotros seguimos en ello. Es en esa debilidad donde Dios adquiere todo su protagonismo.
Creo que lo extraordinario de nuestra familia es lo que la hace ordinaria, una más, en constante lucha. La diferencia con algunos es que nosotros, con la ayuda de Dios, no le giramos la cara a esa lucha.
Hoy celebramos a...