Está al pie de mi vida, sosteniendo mi aliento, acariciando mis miedos, levantando mis debilidades
Estamos consagrados como hijos, como hermanos, en una misma tierra. Dios nos hace sagrados, tierra sagrada, roca santa. «Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, es centella de fuego, llamarada divina; las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos». Cantar 8,6-7.
Nosotros simplemente nos dejamos transformar por ese Dios que se abaja, por María que nos toma en brazos. Somos barro, polvo, tierra. Somos pequeños, frágiles, necesitados.
María ha pisado nuestra tierra y la ha transformado en tierra nueva. La alianza renovada cien años después, es la repetición del sí de María a nuestra vida. Vuelve a pisar mi tierra, vuelve a tocar mi vida. Es el paso que damos, la puerta abierta, la mirada que espera, la alegría valiente del que se entrega confiadamente.
María se arrodilla ante mi vida esperando mi sí. Aguarda expectante. Me impresiona verla arrodillada ante mí, aguardando, esperando. Me impresiona su rostro fijo contemplando mi pobreza. Me espera.
Me impresiona su mirada. Está rezando por mí. Tiene su corazón abierto esperando ese corazón que le entrego tímidamente. Mi sí, suspendido en el aire en un momento de libertad. El sí frágil que claudica, el sí fuerte en el silencio. El sí susurrado sin palabras o expresado con voz potente.
María espera, firme, con los ojos llenos de ternura, llenos de lágrimas. María está al pie de mi vida, sosteniendo mi aliento, acariciando mis miedos, levantando mis debilidades. Se arrodilla, porque es niña, porque es madre, porque respeta mi alma sagrada y sabe lo que vale mi sí frágil y a veces poco convencido, mi sí libre.
Se conmueve al verme dudar, al verme luchar, al ver mis miedos, al observar mis sueños. Sabe quién soy. Me conoce en lo más hondo, desde siempre, desde que me abrazó ante la pila bautismal, desde que acompañó mis caídas de niño y se alegró con mis éxitos del camino, desde que fui soñado por Dios.
Conoce mis miedos más auténticos, mis limitaciones y mi fuerza interior. Se ha conmovido con mis logros, con esos talentos que me lanzan a la vida. Con esas debilidades que me hacen tropezar y caer. Se alegra al ver lo que hay en mi interior, la pureza que yo no veo, la fortaleza que me parece inexistente, la nobleza que no valoro tanto.
Es sorprendente el amor con el que me mira. Como si le gustase todo lo que hay en mí cuando a mí tantas veces no me gusta lo que veo.
Ella comprende ese miedo que tengo a fallar, a no estar a la altura, a no responder a las expectativas. Es tan fácil caer y dejarnos llevar por la vida. Sabe que temo que todo se complique, que me llene de compromisos y obligaciones que no puedo luego cumplir. Sabe que temo escandalizar a otros o no llegar a las cimas con las que sueño. Por eso espera de rodillas, aguarda paciente.