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Pablo VI, un Papa incomprendido en su tiempo

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Salvador Aragonés - publicado el 16/10/14

Fue un Papa que sufrió y mucho en la defensa de la doctrina del Concilio y de la fe

El Beato Pablo VI, Giovanni Battista Montini, fue el primer Papa que conocí personalmente. No le gustaban los periodistas porque creía que no se podía encerrar en un titular o en unas cuantas líneas la doctrina de la Iglesia o pensamientos filosóficos o teológicos que habían sido elaborados en años de estudio. ¿Cómo se puede resumir en tres párrafos una Encíclica como la”Humanae Vitae” o la “Populorum Progressio”?

Sea como fuere Pablo VI tenía mucho respecto para los periodistas y los medios de comunicación, aunque no sé si llegó a aceptar que la inmensa mayoría de la catolicidad,  conociera la doctrina de la Iglesia a través de los medios. La doctrina de la Iglesia no cabe en un twitter ni en dos mil, sin que aparezca reducida o mutilada. Recuerdo en su recepción a los periodistas, en enero de 1973, cuando nos dijo que no deben confundir a Montini con Pablo VI, pues el Papa cuando habla como tal no emite juicios personales, sino que está inspirado por el Espíritu Santo para guiar a toda la Iglesia universal. El pensamiento de Montini no es el de Pablo VI. ¡Con qué cariño lo dijo!, aunque reconoció que muchos periodistas no eran creyentes y veían la Iglesia desde una vertiente solamente humana.

Pablo VI fue beatificado cuando termina el Sínodo sobre la familia. Estuvo muchos años en la Secretaría de Estado hasta su nombramiento como arzobispo de Milán y cardenal. Tuvo una formación afrancesada y admiraba particularmente a Jacques Maritain. Al morir Juan XXIII era el cardenal más “papable” y su elección no fue una sorpresa. En su pontificado vivió una etapa tempestuosa para la vida de la Iglesia como son los periodos postconciliares. Fue un Papa que sufrió y mucho en la defensa de la doctrina del Concilio y de la fe. Tuvo que suspender “a divinis”, es decir quitarle sus funciones sacerdotales y episcopales, al arzobispo Marcel Lefébvre, que no acató la doctrina del Concilio especialmente la reforma litúrgica, por considerar que en algunos puntos había caído en la herejía. Después éste creó  la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, el Papa que condenó el modernismo francés, ya al margen de la comunión con la Iglesia de Roma.

Fue Pablo VI también quien tuvo que hacer frente a la oleada de un secularismo marxistizante en una parte del clero en países latinos de Europa y América, y tuvo que suspender “a divinis” al abad benedictino de San Pablo Extramuros, dom Giovanni Franzoni, quien acabó con una militancia activa en el PCI (Partido Comunista Italiano) tras crear una comunidad de base y casarse. Se el Papa enfrentó a los curas guerrilleros de América Latina y expulsó al franciscano Leonardo Boff impulsor del movimiento Cristianos por el Socialismo.

En otro orden de cosas, se enfrentó Pablo VI al Cisma de Holanda, donde un grupo de clérigos y religiosos elaboraron el llamado “Catecismo Holandés” que tenía como figura insigne, junto a otras, el dominico Edward Schilleebeckx. Nombró obispos en Holanda contra la voluntad de los aparatos de las curias diocesanas que querían imponer al Papa sus propios candidatos a obispos.

Recuerdo el dolor con que el papa Pablo VI vivió gran parte de su pontificado (1963-1978) al ver cómo se aplicaba el Concilio saliéndose de los cauces del mismo y ver la secularización de tantos sacerdotes y religiosos.Fue el Papa que reconoció que “el diablo ha entrado por algunas grietas de los muros del Vaticano”.

Fue un Papa criticado pero afectuoso, pues  los que le visitaban –y el que suscribe da fe de ello como periodista– era una persona afable, cariñosa, gran amigo de la libertad personal cuando fue acusado de lo contrario. Es el sino de los papas que a pesar de su valía personal e intelectual, no son bien acogidos por el mundo, porque la Iglesia es “signo de contradicción”, como señaló Pablo VI en la “Humanae Vitae”.

Pablo VI fue un Papa controvertido en su tiempo por tener que gestionar el final del Concilio (19645)  y comienzos del postconcilio, y fue un reformador: reformó toda la Curia, racionalizándola, con la Constitución “Regimini Ecclesiae Universae” (1967), reformó el Cónclave que elige al Papa y aplicó buena parte del Concilio en su primera encíclica “Eclesiam Suam”. Defendió el celibato sacerdotal cuando en un Sínodo (1971) algunos obispos pedían más flexibilidad, como en las iglesias orientales.

En el terreno diplomático el papa Pablo VI fue el primero que realizó un viaje a Tierra Santa, que extendió su afecto a los cristianos separados, especialmente a los ortodoxos. Es famoso aquel abrazo al patriarca ortodoxo Atenágoras (1964) o al patriarca Copto Shenouda III. Trabajó denodadamente por la paz en la guerra del Vietnam buscando una salida por la vía de en medio, pero no pudo impedir la victoria de los comunistas del Viet-cong, del Vietnam del Norte, aun sabiendo el sufrimiento que deberían pasar los obispos, sacerdotes, seminaristas y laicos bajo el nuevo régimen que los envió a muchos de ellos a “campos de reeducación”. Con su colaborador mons. Agostino Casaroli abrió el diálogo hacia los países comunistas del Este de Europa, consiguiendo pequeños pactos en el nombramiento de algunos obispos, y gestionó la expulsión del Cardenal Mindszenty de tierra húngara camino del exilio a Viena. En el terreno diplomático se le llamó un Papa dialogante.

Fue Pablo VI quien mantuvo un pulso firme frente a la dictadura española del general Franco, a quien pidió, sin obtenerla, la renuncia al privilegio de presentación en el nombramiento de obispos como pedía el Concilio en su decreto Christus Dominus. La tensión Iglesia-Estado en España acabó con la dictadura tras la muerte del general. Por otro lado, vivió con mucho dolor la aprobación en referéndum (1974) del llamado Piccolo Divorzio en su país, Italia.

Y en el final de su pontificado afrontó el asesinato de su gran amigo Aldo Moro, demócrata cristiano, ex presidente del gobierno italiano, a manos de las Brigadas Rojas (mayo de 1978). El Papa celebró los funerales del político en la catedral de San Juan de Letrán de Roma, tres meses antes de fallecer él el 6 de agosto de 1978.

Con lo dicho anteriormente, la subida de Pablo VI a los altares no es por lo que hizo. En una causa de beatificación se analizan las virtudes vividas personalmente, la santidad personal. Recuerdo, cuando en sus últimas semanas, según me contaron fuentes de la Secretaría de Estado, pedía a sus colaboradores más inmediatos, entre ellos el cardenal Secretario de Estado, Jean Villot, que rezaran el Rosario con él una y otra vez, lo que demuestra su gran devoción a la Virgen María a la que nombró Madre de la Iglesia y le dedicó una Encíclica (Marialis Cultus). Los santos que han tenido responsabilidades de gobierno en el Iglesia no lo son por haber gobernado bien o muy bien, sino por la santidad de su vida personal, por su vida ejemplar.

Para terminar, un recuerdo profesional imborrable. Cuando los reyes de España, Juan Carlos y Sofía, visitaron por vez primera a Pablo VI (1977), fui elegido como el periodista que cubría el evento en los aposentos vaticanos con el fin de contarlo después a mis colegas de la sala de prensa. Vi la gran afabilidad de Pablo VI para con los reyes, el tiempo que estuvo con ellos. El Rey le comunicó al Papa su determinación de hacer de España un país democrático, lo que gustó mucho al pontífice, si bien ya tenía noticias de la Nunciatura en Madrid. El Papa cometió un desliz: al terminar sus palabras gritó un “¡Arriba España!”, que era un saludo franquista y no encajaba en un Papa que había demostrado no ser nada franquista. Tuve que explicarlo y la expresión fue criticada en la prensa internacional.

Salvador Aragonés fue durante años corresponsal en Roma de la agencia española Europa Press

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