Sin gratuidad esos gestos se devalúan y se convierten en caricaturas del amor
Leía hace unos días que una mujer en Estados Unidas ofrecía sesiones de abrazos a 45 euros la hora. ¡Sí, lo han oído bien, abrazos a 45 euros la hora! ¡No daba crédito a la noticia!
Y al parecer la iniciativa de esta abrazadora profesional no es una excepción en su país… Empiezan a extenderse en América los servicios de acompañamiento sin relaciones sexuales.
Según Samantha Hess, pionera de este servicio, se trata de ofrecer cariño y ternura sin las complicaciones de una relación romántica: «¡Abracémonos en el sofá o cojámonos las manos mientras escuchamos música suave!»
Puede parecer una broma pero no lo es. Y no sólo eso, el negocio le va bien y hasta ha podido ampliarlo. ¡Realmente hay cosas que sólo pasan en América! Aunque lo que allí empieza y triunfa no tarda, desgraciadamente, en llegar a otros lugares.
Es evidente que una propuesta como ésta no tiene en principio nada de malo. Identifica una necesidad, como es la soledad y la falta de cariño de mucha gente, e intenta darle respuesta. Eso sí, pasando por caja.
Porque aquí el cariño y la ternura que se ofrecen tienen un precio. Y un precio elevado. La gratuidad asociada al amor desaparece y en su lugar se presenta un sucedáneo, una caricatura, a mi parecer, muy poco convincente.
¿Qué tipo de ternura y cariño se puede ofrecer si hay que pagar por ellos? Sin gratuidad, son gestos que se devalúan y se convierten en caricaturas del amor. Es entonces cuando nos acaban dando gato por liebre. ¡Nunca mejor dicho!
La soledad, que paradójicamente se ha convertido en una plaga en los países ricos, no se vence con abrazos pagados a precio de oro. Ni con una compañía tarifada según servicios ofrecidos.
No hay todavía estudios que lo demuestren, pero yo estoy seguro de que algo así genera aún más soledad. Te conviertes para el otro en un objeto susceptible de sacar beneficio. En un negocio. Si tuviéramos un mínimo de cordura y sentido común, la mera posibilidad nos daría grima.
A la soledad se la combate con amor del bueno, no con sucedáneos. Con cariño y con ternura gratuitos, porque si dejan de serlo, se pervierten y hacen más mal que bien.
¡No podemos jugar con el amor! ¡Nos va la felicidad en ello! O aceptamos sus reglas, que son las de la gratuidad, o acabaremos pagando 45 euros por un abrazo que nos dejará vacíos por dentro y por fuera.