Hoy por la mañana, juntos, hemos encendido una vela en el recibidor de nuestra casa. Es la vela del sínodo. Es un gesto sencillo que pone a toda la familia en marcha, en oración, en comunión con los que se reúnen en Roma. En mi familia nos vamos de sínodo.
Lo mejor del Sínodo es su significado etimológico: CAMINAR JUNTOS. Sin duda es bonito pero nada sencillo. Un sínodo es irse de peregrinación, al corazón de la Iglesia, al corazón de Cristo. Una peregrinación llena de dificultades, resistencias, cansancios, tentaciones, desánimos y bendiciones.
Por un lado, caminar es una acción que implica movimiento. Uno no camina quedándose en el mismo sitio. Es imposible. Un sínodo debe generar movimiento por definición. ¿Qué hay de malo en ello? Lo malo sería lo contrario: que el mundo cambiase y que la Iglesia ni siquiera se planteara cómo reaccionar ante esos cambios. ¿Qué debe cambiar? Pobre de mí. No tengo ni opinión ni expectativas. Lo que salga del sínodo lo tomaré como soplo del Espíritu. Igual que lo que sale de un cónclave, igual que lo que sale de un Concilio…
Pero el sínodo no es un lugar donde unos se imponen a otros. No es una casa de apuestas, no es un escenario de Juego de Tronos. El caminar no es a cualquier parte ni por cualquier motivo, el caminar no es de cualquier manera. Juntos hay que ir. Juntos, sin claudicaciones de unos a otros. Escuchándonos, discerniendo, dóciles, humildes, transparentes, confiados… dejando que Jesús de Nazaret camine también junto a nosotros.
Las familias sabemos mucho de sínodos. También la familia es un caminar juntos. Si Jesús está en el centro, y no otra cosa, el éxito está asegurado.