Es bueno, de vez en cuando, hacer una lista de «síes» y presentársela a Dios, repetir mis «síes» fundamentales
Acertar, decir que sí y hacer lo que Dios nos pide es el camino de la verdadera felicidad. El sí al plan de Dios cambia la realidad. Hubo dos «síes» que cambiaron el mundo. El sí de María en la Anunciación. El sí de Jesús en la cruz. Esos dos «síes» se hicieron vida en su alma y sostuvieron cada día su camino. Se sostuvieron mutuamente, nos sostienen a nosotros.
El sí de María se hizo vida: «Hágase». La vida de Jesús se hizo palabra en un momento: «Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya».
El sí de María en Nazaret, sin saber cómo, ni cuándo, lleno de incertidumbre y preguntas, confiado y abierto, es un salto de amor en el vacío.
Lo mantuvo en su vida oculta en Nazaret, cuando los días pasaban sin que nada sucediese, más allá de ese misterio de intimidad familiar. Lo mantuvo en la cruz, en la tumba, en la Pascua.
El sí de Jesús fue el sí que expresó toda su vida, el sí del Hijo obediente al Padre cada día, el sí a dar la vida en la cruz igual que la dio por los caminos. El sí a morir para que yo viva, el sí a hacer de su herida la puerta abierta, el sí a cada hombre con el que se encontró.
El sí de María al inicio. El sí de Jesús al final. No es fácil decir que sí sin saber las consecuencias.Así fue María en Nazaret. No es fácil decir que sí sabiendo las consecuencias. Así fue Jesús en Getsemaní.
Dijeron que sí a las insinuaciones del Padre y fueron a la viña. En ellos no hay ruptura entre lo que desearon y lo que hicieron. Entre sus palabras y sus actos. El sí de María sostuvo a Jesús, el sí de Jesús sostuvo a María. Así fue al pie de la cruz.
El sí de los demás muchas veces nos sostiene. Mi sí sostiene a otros. Es un misterio.
Dios pregunta y espera la respuesta. Es un Dios que propone, se humilla ante mí, me pide, aguarda. Espera paciente, con respeto infinito, mi respuesta. Y luego la acepta, sea la que sea.
Se inclinó ante María hace tantos años. El cielo esperó la respuesta de una niña muy pura. ¡Cuánto respeto! ¡Y qué grande es el hombre que dice que sí, que libremente por amor, da su «sí, quiero», pudiendo seguir su vida tranquilamente, sin comprometerse!
¿Cuál es mi sí hoy?Es bueno, de vez en cuando, hacer una lista de «síes» y presentársela a Dios. Repetir mis «síes» fundamentales, los que dije cuando creía, cuando pensaba que todo era posible, y me sentía en el Tabor.
Repetir en el valle el sí que di en la montaña. Renovar en el claroscuro del camino el sí que di en medio de la luz. Sí a mi camino, sí a lo que pudo ser y no fue, sí a mi renuncia, sí a las personas con las que vivo, sí a mi marido tal cual es, sí a mi mujer, sí a mis sueños, sí a mi trabajo, sí a mi sed, sí a mi deseo, sí a mis limitaciones, sí a mi vida, sí a mi pasado, sí a mi presente, sí al futuro.
Decir que sí libera el alma, ensancha el corazón y nos ayuda a tomar la vida en nuestras manos.
Cuando digo que sí, incluso a algo que la vida me ha impuesto, en ese momento, soy libre y esa renuncia, ese dolor, esa cruz, esa pérdida, se convierte en camino de amor.
A veces es muy difícil, y necesitamos una vida entera. Mi sí, como el de María, como el de Jesús, cambia el mundo. Mi deseo enraizado en el deseo de Dios. Mi vida en su vida. Mi sentimiento en su corazón. Su sentimiento en el mío.
Es importante aprender a renovar el sí de mi vocación. No como lo di hace años, la primera vez, sino con todo lo que sé ahora, con las decepciones y la rutina, con las alegrías y sueños, con la luz y las cruces.
Es el sí de ahora, más maduro, más pleno, el sí probado, el sí encarnado en una vida, el sí de la fidelidad que se mantiene con los años. Hoy volvemos a elegir a Dios, su camino, mi camino, mi historia.
Entre todas las opciones del mundo, entre todos los caminos del mundo, te vuelvo a elegir como mi camino. Elijo casarme contigo. Elijo consagrarme. Elijo este camino tan propio, sea el que sea. Con los errores y las luces, con los sueños y las luchas, con las decepciones y las alegrías, con mi pecado que me turba. Vuelvo a decir que sí con lo vivido hasta ahora.
Es el amor que merece la pena, el amor crucificado, el amor que hace que la vida se llene de sentido. Nuestro sí es lo más valioso que podemos darle a Dios. El aguarda paciente, espera de rodillas ante nosotros. Como el ángel Gabriel inclinado ante María, ante la tierra sagrada del corazón de una niña.
Así aguarda Dios ante nosotros. Frente a nuestra libertad, Dios es impotente. Lo que nos hace más hombres es ese sí libre entregado con toda una vida detrás, con toda una vida por delante.
Decir sí al plan de Dios cambia la realidad
Carlos Padilla Esteban - publicado el 02/10/14
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