¡Qué bonito es saber dar sin medir y también aprender a recibir sin pensar si nos lo merecemos o no!
Nosotros lo medimos todo de forma tan humana. La medida de Dios es sin medida. Él mira el corazón del hombre, sus entrañas. Nosotros contamos datos y cifras. Lo bueno que he hecho yo lo guardo por años. Lo malo que hacen los demás jamás lo olvidamos.
Al mismo tiempo contamos también lo que hacemos mal y no nos perdonamos cuando Dios ya se ha olvidado de nuestro mal. A veces no nos creemos dignos de llegar los últimos y recibir amor, y nos excluimos, porque no conocemos a Dios, su amor, su mirada.
Somos como ese hijo prodigo que no conocía a su padre y a la vez como ese hijo mayor que también ignoraba su corazón. La medida de Dios es sin medida.
¿Qué medida va a haber si la forma de pagar Dios nuestro pecado es regalarnos a Jesús? ¿Donde está ahí la justicia o la proporción? Él me espera aunque yo me vaya; cuando vuelvo no me reprocha nada y sólo me abraza; vuelve a confiar en mí sin dudarlo aunque caiga mil veces. ¿Dónde está ahí la simetría en el amor de Dios?
Ojalá pudiéramos mirar como Él, amar como Él, con el corazón grande. Un corazón que no mide si doy o si recibo, que sólo da sin pedir, que si me piden la capa le doy también la túnica, o si me piden que acompañe a alguien una legua le acompaño dos. Vivir sin mediocridad, con pasión, sin reservarme nada, con las ventanas del alma abiertas, sin protegerme, sin contar, confiando y alegrándome por los otros, sin compararme, sin envidiar, sin celos.
Hoy Dios nos muestra un poco de su corazón. Llama a todos, sea cual sea nuestro momento, espera a todos, nos da todo a todos, porque nos ama, no porque seamos perfectos, no como paga o premio a nuestro trabajo, sino gratis.
No contar nos ensancha el alma. ¡Qué bonito es saber dar sin medir y también aprender a recibir sin pensar si nos lo merecemos o no! Recibir sencillamente, agradecidos, sorprendidos.