Si la mirada se me llena de envidia, si sólo me centro en la justicia y me olvido de la misericordia, soy profundamente infeliz
Quizás algunos piensan que Dios es injusto, y otros que es misericordioso. ¿Cómo miro yo a Dios?
Dios es generoso con sus bienes y los reparte como Él quiere. Es como los padres en una familia. Cada hijo no recibe lo mismo de ellos. A veces hay hijos que necesitan más y reciben más.
El problema no está en el trato y en el reparto, sino en mi mirada. Si la mirada se me llena de envidia, si sólo me centro en la justicia y me olvido de la misericordia, soy profundamente infeliz. El compararnos nos envenena. Perdemos la paz. La vida se construye sobre la misericordia.
El Padre José Kentenich comentaba: « ¿Sobre qué construyo? ¡Sobre el amor misericordioso! ¿Comprenden la importancia que tiene si puedo llegar a pensar así? Es siempre el mundo del amor, y a partir de este mundo del amor, debemos ver todo, también el pecado y también nuestras debilidades, para tratar de edificar nuestra vida sobre esta base. Entonces nunca estaremos en peligro de llegar a ser profundamente infelices»[2].
Somos infelices cuando construimos nuestra vida sobre la envidia, sobre el cálculo egoísta, sobre el egocentrismo. Somos infelices cuando nos quejamos al ver que otros reciben bienes cuando habían sembrado egoísmos.
Somos infelices cuando la felicidad de los demás enturbia el alma. Somos infelices cuando los halagos a los otros ensombrecen nuestro camino, cuando sus éxitos nos agrian el corazón, cuando la felicidad de los demás es motivo de nuestra tristeza.
Por el contrario, somos felices cuando abrimos la puerta de nuestra vida a la esperanza, cuando esperamos alegres al que llega al final del día, cuando acogemos con paz y miramos con misericordia, cuando estamos dispuestos a perder sabiendo que es el otro el que gana, cuando valoramos las pérdidas y las derrotas y no sólo vivimos de los éxitos y los logros.
Somos felices cuando sonreímos en la derrota y aplaudimos los éxitos ajenos. Cuando corremos todo el día y recibimos lo mismo que el que llega al final del día.
Somos más felices cuando no nos comparamos, no nos quejamos de nuestra mala suerte, no vivimos la vida de los otros sino nuestra propia vida. Cuando aprendemos a estar donde Dios nos pone sin desear estar siempre en un lugar diferente.
Somos más felices cuando sabemos sacarle colores a un día en penumbras y repetimos nuestra promesa de seguir luchando cuando todo parece perdido.