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Sínodo de la Familia: no hay que tener miedo al debate en la Iglesia

Jorge Traslosheros - publicado el 22/09/14

Que nadie se alarme: ni Kasper ni Müller cuestionan la sacramentalidad del matrimonio
Nos encontramos a escasos días del Sínodo extraordinario de los obispos, en el cual abordarán los problemas de la familia en el mundo actual. Aunque cueste trabajo creerlo, el planeta es más grande que Occidente donde, por cierto, la prensa ha generado expectativas fuera de lugar.
 
El objetivo del Sínodo, como bien explicó el Cardenal Parolín, no es cambiar la doctrina de la Iglesia pues ésta depende del Evangelio, sino abordar los problemas de la familia y del matrimonio, para definir una estrategia pastoral que vaya desde lo local, hasta lo global. El reto es fenomenal. Personalmente me llena de gozo saber que, en el mundo de los relativismos y las frivolidades, hay una institución que se toma en serio un hecho que habrá de acompañarnos toda la vida: la familia, la que sea, como nos haya tocado.
 
Las falsas expectativas obedecen, más allá de la mala leche que pueda existir, a la falta de conocimiento sobre el modo en que se desarrolla un debate en clave católica, de manera especial cuando entran en juego grandes temas como la familia. Nada más falso que la idea de la soberana intransigencia dentro de la Iglesia, aunque la tentación siempre existe por lo que es necesario combatirla sin cuartel. Nunca falta quien confunda la autoridad con la inmovilidad. Para entender cómo se desarrolla un debate dentro de las coordenadas católicas es necesario atender, en principio, a cinco elementos.
 
1.-Domina la máxima de San Agustín: en lo esencial unidad, en lo dudoso libertad y en todo caridad. Lo esencial es poco y sólido pues depende de la doctrina emanada del Evangelio y la tradición. Así, porque el suelo es firme, los debates suelen ser intensos. Sin embargo, cuando se respeta lo esencial impera la caridad que no debe confundirse con sonrisitas edulcoradas y decentes intercambios de saludos. En un debate serio, como el que ahora presenciamos previo al Sínodo, la caridad se afirma con apertura y diálogo, es decir, buscando la verdad aunque falten las sonrisitas. En cambio, cuando lo esencial no se respeta, la libertad se torna en diatriba y la caridad se ausenta. Entonces, la catolicidad se pierde. Hasta el momento no hemos observado a nadie en esta situación y estoy seguro que no lo encontraremos.
 
El debate entre los cardenales Kasper y Müller resulta apasionado a momentos, pero sigue la lógica de San Agustín. Ninguno cuestiona la sacramentalidad del matrimonio, que es lo esencial, por lo que argumentan con gran libertad sobre la atención pastoral a los divorciados vueltos a casar. Otros cardenales se han sumado al discusión, lo que es lógico además de muy saludable. Que nadie se alarme, al final la caridad ganará la partida. Lo veremos.
 
2.- El debate mantiene un orden específico acorde al diálogo fe y razón. Se observa un problema, se plantea una hipótesis, se buscan los argumentos a favor y en contra echando mano de muy distintos saberes teológicos, científicos, sociológicos, históricos, etc., para tomar decisiones firmes e informadas. Lo normal en estos casos es la participación de diversos actores eclesiásticos en diferentes momentos -sean laicos, religiosos, presbíteros, obispos, teólogos-, a través de consultas, como asesores, etc. Se tiene la profunda convicción de que la realidad es el mapa de nuestra existencia; la razón, el medio que nos ayuda a comprenderle y; la fe, la brújula que orienta el camino.
 
Al parecer, en el caso arriba comentado, con el permiso del Papa, Kasper y Müller llevan distintas partes y, seguro, están muy convencidos de lo que dicen. El mismo Papa se encargó de plantear la hipótesis a debate sobre la conveniencia de, en ciertos casos, después de periodos penitenciales, aceptar a la comunión sacramental a los divorciados vueltos a casar. Lo cierto es que el método se va cumpliendo y material para discutir en este sensible punto abunda, como en otros más. Las decisiones pastorales, estemos seguros, no se tomarán a la ligera.

 
3.-Se promueve el diálogo entre justicia y misericordia. Si sólo la primera, nos acercamos al rigorismo que traiciona la justicia; si sólo la segunda, se confunde con el laxismo que es lo opuesto a la misericordia. Cuando el debate se realiza dentro de las coordenadas fe-razón y justicia-misericordia, entramos al terreno de la caridad lo que, por otro lado, confirma el viejo principio de la cultura católica: et-et, sumar en la caridad.  El lector podrá dibujar un plano cartesiano en cuyo centro se encuentre, precisamente, la caridad. Será de gran ayuda para entender dónde se ubican las distintas posiciones con sus matices y, también, cómo ninguna de ellas abandona el terreno del Evangelio y la tradición.
 
4.- Las diversas escuelas teológicas ocupan un lugar muy importante en el debate. Hoy, es necesario tomarlo en cuenta, desde el Cardenal Newman se busca centrar la reflexión en la dignidad de la persona frente a los excesos colectivistas, individualistas y utilitarios de nuestro tiempo. Este personalismo filosófico y teológico ha estado muy presente en el magisterio de los últimos papas, incluido Francisco. El principio es sencillo. Cristo nos muestra la plenitud de nuestra humanidad porque nos abre el camino hacia Dios. El diálogo entre fe y razón, entre nuestra frágil humanidad y Jesús, entre la justicia y la misericordia se orienta hacia la dignificación de cada persona y de todas las personas con el fin de hacerse realidad en la particularidad de cada cultura. Francamente, en el momento actual del debate y habiendo revisado las diversas posiciones, observo en los participantes, sin excepción, la misma intención y vocación por la persona.
 
 
5.-El debate se somete en todo momento a una prueba de autenticidad: la fe en la razón debe coincidir con las razones de la fe. Sólo entonces estamos ante una genuina discusión dentro de las coordenadas católicas.
 
El proceso en su conjunto conduce a tomar decisiones firmes en el terreno pastoral, aunque resulten impopulares o políticamente incorrectas. Su implantación y desarrollo podrá tomar generaciones, pero se llevará adelante. En el momento culminante de la toma de decisiones, no debemos olvidarlo, el Papa estará sólo frente a Dios.
 
 La denuncia profética de Paulo VI contra la mentalidad antinatalista de nuestra época y de la injusticia sistémica contra los pobres del mundo, así como su defensa no menos profética del Concilio, del ecumenismo y la libertad religiosa son buenos ejemplos de lo que aquí exponemos. Su valentía, tan atacada dentro y fuera de la Iglesia por motivos en ocasiones disímbolos, permitió a los católicos avanzar en medio de dificultades. Hoy, la promoción de la vida y del diálogo ecuménico e interreligioso, la defensa de la libertad religiosa, la afirmación de la Doctrina Social de la Iglesia y el mismo Concilio son realidades cotidianas para los católicos del común; pero suelen olvidarse las grandes polémicas que desataron en su momento. Incluso, hubo quienes abandonaron la catolicidad por sus extremismos asegurando ser, cosa curiosa, los auténticos católicos. 
 
La sinodalidad en la conducción de la Iglesia tan amada por Paulo VI, como ahora por Francisco, confirma la responsabilidad personal de cada obispo y del mismo Papa en la toma de decisiones. Poca sorpresa, Ratzinger lo explicó con maestría: la Iglesia camina por el delicado equilibrio entre la colegialidad y la responsabilidad personal, los laicos incluidos obviamente. Una vez más, el viejo principio: et-et, sumar en la caridad.  
 
Porque hay orden y claridad en los debates eclesiásticos puede existir la libertad. Pensar que la Iglesia pudiera alcanzar un estado de quietud argumentativa es llamarse a engaño. Esto nunca ha sucedido, ni siquiera en los tiempos apostólicos, lo que constituye una de las más grandes riquezas de la catolicidad. De hecho, uno de sus más importante motores a lo largo de la historia y razón por la cual resulta tan apasionante estudiarla. Estoy seguro que el Sínodo sobre la familia, en sus dos capítulos, no será la excepción. Sus decisiones marcarán el rumbo de la Iglesia en la presente y futuras generaciones. Sólo una recomendación: ¡abróchense los cinturones de seguridad porque esto se pondrá muy emocionante!

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