El arzobispo de Oviedo no se esconde: habla de la corrupción, del terrorismo, del aborto o la crisis económica
Cada mañana ojeamos con los ojos y hojeamos pasando las hojas con la prensa en la mano, intentando hallar cosas positivas mientras rastreamos las buenas noticias que tan caras se nos venden. Son los titulares que a diario condicionan la temperatura pública y publicada entre lo que sucede dejándonos chamuscados o helados. Así pasan por el carrusel cotidiano todo eso que nos asombra, lo que nos satura, lo que nos acorrala, lo que nos escandaliza, lo que nos aburre y nos cansa.
En estos días tenemos algunas sucesiones eclesiales y algunas secesiones políticas, que de todo hay en la viña del Señor en este mundo nuestro tan pintoresco: ¡qué cosas hay que ver y escuchar en tanto lance y trance pinturero cuando el patio está como está!
Después la cansina y desabrida ensalada del más de lo mismo entre las corrupciones de guante blanco, muy honorables ellas, que terminan en paraísos fiscales, o las que con pana sindical y sin pena judicial –de momento– se siguen documentando… ere que ere, erre que erre, ¡válgame Dios! Cada día con menos santos, con menos señas y demasiados sainetes en el ruedo nacional.
Luego viene la violencia con todos los calibres al cual más cruel: la que sufre la mujer indefensa por parte de los machotes cobardes que no cesan; la que sufren los pueblos sometidos por otros pueblos en nombre del terror resentido y de sus dioses falsos que no son Dios; la de los niños a los que se les roba su inocencia y se destruye su esperanza por parte de quienes les abusan perversamente con su pedofilia criminal. Y no en último lugar, los niños que no nacerán a su tiempo, ni nunca, porque se ningunea su derecho a la vida haciendo prevalecer el derecho de los adultos que adulteran lo más sagrado, transformado su matanza en algo legal e impune, mientras quien puede legislar prefiere hacer recuento pre-electoral de sus intereses partidistas mirando para otro lado.
No faltan tampoco los cocineros de las macroeconomías que dejan la economía doméstica temblando, con el tira y afloja de cifras y estadísticas, con el sube y baja de la bolsa que no siempre redime la vida, haciendo exhibición de las panaceas que todo lo resuelven, o haciendo crítica mordaz de las dolorosas medidas, mientras que la gente que no tiene trabajo porque lo ha perdido o porque en él no se ha estrenado todavía, siente un triste escepticismo ante discursos gastados, demagógicos y populistas de tantas recetas vacías y de las alharacas de algunas de cocinas.
Ante el vértigo que uno puede sentir con semejante panorama, parecería que lo único que entreabre una puerta de salida es buscarse la vida como buenamente se pueda, o evadirse a tope mientras dura una alegría tan prestada que termina siendo engañifa, o desesperarse comedidamente con congoja cabreada buscando sin cesar al culpable para infligirle de mil modos una ejemplar regañina. Pero sabemos que no son estos los caminos que nos permiten salir adelante, ni remar contracorriente, ni alentar la esperanza que no defrauda.
Hay gente que con libertad sensata y constructiva, sin tapujos ni trampas inconfesables, sueña un mundo mejor arrimando el hombro en lo cotidiano para hacerlo verdad cada día. En el trabajo, la relación familiar, la convivencia ciudadana, el respeto hacia el prójimo y la plegaria creyente, se ponen en juego los talentos recibidos con los que diariamente Dios retoca esa su obra inacabada que acarician mis manos y por la que se transitan mis pies. Somos instrumentos de paz y de bien con los que el Señor lo intenta de nuevo sin cansarse una y otra vez.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, Arzobispo de Oviedo. Carta publicada por el Arzobispado de Asturias