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Historia de un salto a la valla

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Alfa y Omega - publicado el 18/09/14

Fue como el pasaje del samaritano:«Nos encontramos a gente al borde del camino, apaleada, descartada. Los echamos sobre los hombros…»
José Luis Pinilla, S.J. Director del Secretariado de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, escribe sobre su viaje este verano hasta Tánger y Nador; un viaje para «acariciar las entrañas de aquellos que sufren». Inesperadamente, su visita con uno de los saltos masivos a la valla, y pudo comprobar in situ cómo las organizaciones religiosas en la frontera trasladan a los heridos y acompañan a los miles de jóvenes que se amontonan en los bosques para intentar, una y otra vez, alcanzar Europa
 
Siempre me gusta empezar el camino peregrino por Tarifa, antes de cruzar el Estrecho. Por la Playa de los Lances, lugar de primeras y de ultimas arribadas de muchos de los inmigrantes que entran de forma irregular. Unos, al comienzo de su peripecia vital en el continente europeo y otros, para que sus restos queden para siempre entre nosotros. Beso la arena. Luego, rezo en el cementerio por los emigrantes innominados -aunque Dios si sabe su nombre- que la Iglesia entierra.
 
En Tánger fuimos acogidos por la austera y alegre hospitalidad franciscana de monseñor Agrelo y su comunidad de puertas abiertas. Este arzobispo da forma a sus crecientes denuncias evangélicas con hechos concretos. Por ejemplo, la creación de estructuras de apoyo a las migraciones en Tánger y Nador, al frente de las cuales se hallan, dando forma a la justicia que brota de la fe, dos religiosos: Inmaculada Gala, de las religiosas vedrunas y Esteban Velázquez, jesuita. Compartimos una cena junto a jóvenes españoles. Éstos, junto a otros muchos -cientos me dicen-, están en Tánger en diversos campos de trabajo ayudando y empapando sus entrañas con los niños y mujeres de la calle, con los discapacitados profundos, con los emigrantes en tránsito… a quienes tienes que acoger con un cierto disimulo para que la hospitalidad no tenga problemas legales. Esto es lo que más me llama la atención ahora, tras distintas visitas por variados lugares de la emigración en el norte de Marruecos: se ha multiplicado el número de jóvenes voluntarios que van a Tánger. Sin cobrar un céntimo. Y sin ser de agencias subvencionadas. Alguno me dice que no son cooperantes, sino que son voluntarios cristianos.
 
Estuvimos toda la mañana -tras la Misa en un alegre convento carmelitano- visitando obras y proyectos: los de la Cruz Blanca, coordinados por el hermano Mikel, vasco de nacimiento, inmigrante de origen y de destino, que atiende a los que nadie quiere: discapacitados profundos en el único centro de estas características que existe en todo Marruecos. O a las mujeres abandonadas por su maridos que reciben la atención discreta de las Misioneras de la Caridad. O la atención más alborotada y bulliciosa de los citados cientos de voluntarios españoles que pasan por aquí… y se protegen en las instituciones católicas que les amparan. El diálogo con los musulmanes se practica, por parte de la Iglesia católica, con el lenguaje de los hechos.
 
12 horas de viaje de Tánger a Nador dan para mucho. La conversación entre monseñor Agrelo, Gabriel y yo se centra en que no se trata solo de pensar, de denunciar, actuar, proponer, hacer, protestar, ayudar a los emigrantes.. Se trata también, con modestia lo propongo, de dejarse tocar por las entrañas de aquellos que la sufren. Les digo: «Por mi trabajo hablo y escribo mucho sobre la emigración. Pero necesito acariciarlos una vez más». Nos sentimos empujados desde la Iglesia española, junto con la  Iglesia hermana de Tánger, a hacer realidad aquello de la Evangelii gaudium: Iglesia misionera y en salida para que los pobres nos sigan evangelizando. Aquello del Papa Francisco en mayo de 2013, al canonizar a la mejicana Madre Lupita: «Quien acaricia a los pobres, toca la carne de Cristo». Eso quería.

 
A primera hora de la mañana del 23 de Julio en Nador, Esteban Velázquez nos había preparado una entrevista con su equipo de migraciones. No la tuvimos. ¡Sucedió un nuevo intento de muchos subsaharianos de pasar por encima de la valla! Nos lo dice de manera apresurada Francisca, Hija de la Caridad, responsable de coordinar la acción sobre el terreno en cuanto se produce una situación como ésta. Sale corriendo, metiendo en la furgoneta un montón de medicinas, unos plásticos y algo de comida. Toda la gente se moviliza en las mismas claves que Francisca. Gabriel, mi compañero gaditano de viaje, sube a otra furgoneta con Esteban. El obispo Agrelo y yo quedamos a la espera en la Iglesia franciscana. Si hubiéramos ido nosotros, nuestras plazas impedirían transportar a más heridos o a otros maltrechos lejos de la valla… Quizás hacia el monte Gurugú, su escondite y su defensa, desde donde saltaron al alba, corriendo en busca de su sueño. 200 lo intentaron. Ninguno lo consiguió. 20 heridos. Gabriel al volver nos narra, y Esteban completa, las cuatro horas recogiendo, animando, consolando, y procurando todo tipo de ayudas. Fue como el pasaje del samaritano: «Nos encontramos a gente al borde del camino, apaleada, descartada. Los echamos sobre los hombros…» Lo demás, ya os lo imagináis.
 
Luego les visitaríamos, lo mismo que hicimos por los montes vecinos de Ceuta, -guiados por la ejemplar Inma Gala-, entregando simplemente una tarjeta: la dirección de la comunidad cristiana, por si necesitaban ayuda. De hecho, con sencillos bloques prefabricados de hormigón, han construido un pequeño hospitalillo que acogerá una docena de heridos.
 
Por la noche, reflexiono sobre las causas de dicha población migrante y refugiada en tránsito o bloqueada en Marruecos. Son efecto de las políticas españolas y europeas de control migratorio, donde las adversidades y los riesgos a los que se enfrentan rara vez se tienen en cuenta a la hora de diseñar políticas que les afectan directamente. Comprobé in situ, como me habían advertido mis compañeros jesuitas, que son especialmente duras las condiciones de vida en los asentamientos de Nador, el Bosque Gurugú y las montañas de Selouane, donde los migrantes se instalan mientras intentan reunir dinero o buscar una nueva oportunidad para pasar a Europa: problemas alimentarios y sanitarios, vulnerabilidad de las mujeres víctimas de redes de trata, hostigamiento de las fuerzas auxiliares marroquís.
 
Volvemos a Tánger. Otras doce horas empapándonos de paisajes y caminantes. De ahí, a Ceuta. Visita al CITE, generosamente explicado por su director, con buenas instalaciones, pero siempre en riesgo de desbordamiento; hablamos con algún emigrante «deseando que la justicia y la libertad -como dos alas de una mariposa- se besen». Encuentro con las Religiosas Vedrunas. Nos preocupan los asentamientos de familias sirias en pleno centro de Ceuta (había muchos niños, el más pequeño, tan sólo de unos 20 días; 18 mujeres – una anciana de 84 años y otra enferma de corazón-; y 31 varones adultos. Una situación humanitaria muy preocupante).
 
Dejo escrito en mi diario: Hay que revisar los protocolos tan restrictivos en materia de asilo y protección internacional. Me siguen sorprendiendo y escandalizando cifras tan bajas de asilo y refugio en España, que podrían expresar la falta de protección jurídica en estas situaciones de tanta vulnerabilidad. Ya lo pidió la Iglesia española a finales de año: ampliación para el asilo y refugio de los perseguidos sirios. De esto saben mucho, hoy día, los que trabajan con emigrantes sirios de Ceuta. ¿Por qué no aunar esfuerzos de tantas asociaciones y conseguir consensuar respuestas que protejan sobre todo a los menores y sus familias? Quizá también hay que seguir denunciando el recorte brutal en cooperación internacional. El VII Informe Foessa de Cáritas se hará eco de ello, ¡seguro! Sin asegurar el derecho a no emigrar, todo lo demás es estéril.
 
Se hace de noche. Regreso a Tánger. He entrado en la capilla de los franciscanos para despedirme. Me quito las sandalias en una Iglesia católica en un territorio musulmán. Como Moisés ante la zarza, me he descalzado los pies. Pero no sé por qué, siento que lo que he descalzado ha sido el alma. Un buen final, ante el Señor, de un viaje entrañable.

José Luis Pinilla Martín, S.J.
 
 
Artículo originalmente publicado por Alfa y Omega
 

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