Me fui a la cama estupefacto por la derrota de la selección española de baloncesto en los cuartos de final del Mundial. Estupefacto, sobre todo, por la escasa preparación de una sublime selección ante la aparición de dificultades. Estupefacto por constatar una soberbia soterrada, y no amortiguada, por una dirección técnica desconcertada y que, desde luego, no había hecho su trabajo previo al partido, como la cita se merecía.
Hay personas que viven así, convencidas de que las dificultades siempre les llegan a otros. Podemos afirmar que la complacencia y la anestesia son los grandes males del primer mundo en los últimos
La soberbia suele llevarnos a soberbias decepciones, a fracasos estrepitosos, a caídas dolorosísimas. El soberbio no acepta el pecado, el error, la desgracia, la contrariedad. El soberbio no cree ni en el bien ni en el mal. El soberbio no necesita nada porque es capaz de tener y disponer de todo lo que necesita, en el momento y en la manera adecuada.
Ayer me fui a la cama recordándome a mí mismo que soy pecador, imperfecto y, a ratos, desgraciado. Me fui a la cama siendo consciente de mis muchos defectos e imprecisiones, desvíos y traiciones. Me fui a la cama necesitado de Dios, de su perdón, de su amor, de su fuerza, de sus dones. Me fui a la cama con un 11-S más a la espalda y con todo lo que viene a cuento justo hoy. Me fui a la cama agradecido por sentirme pequeñito tantas veces… porque esa pequeñez será mi propia salvación.