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Un debate en la vuelta al cole: ¿educa la escuela o la familia?

Two brothers waving back at their mother on their first day at school – es

© luminaimages/SHUTTERSTOCK

Enrique Anrubia - publicado el 10/09/14

¿Y si la respuesta no es uno u otro? Démosle una vuelta al argumento

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Ustedes, como yo, habrán escuchado estas dos frases a quien es padre o madre: “qué ganas tenía de que empezasen el cole” o “me da pena ahora que se vaya al cole”. Incluso una misma persona puede decir: “Me da un poco de pena pero qué ganas tenía”, o al revés o al mismo tiempo y bajo todos los sentidos posibles.

Cuando escucho esto me viene a la memoria uno de los grandes debates de sobremesa que todos tenemos con nuestros allegados: ¿educa la escuela o la familia? Voy a generalizar (y que nadie se asuste); en general los profesores echan la culpa a los padres sobre el comportamiento de sus hijos. De un modo pseudotécnico, dicen que ellos están para enseñar, no para educar, y que los niños deben venir educados de casa.

Y aquí viene nuestra primera opinión: tenemos un sistema pedagógico que se le infla la boca diciendo que educa en valores, pero que entiende que los valores han de venir ya de casa. También está la contradicción al revés: padres que echan la culpa a los profesores porque dicen que no saben educarles y que se meten donde nadie les llama.

Y aquí sigue nuestra contradicción. De todas es verdad que el primer y más originario lugar educativo es la familia. Es una evidencia física. Sin embargo, la familia actual ya no es la familia de hace cuarenta años.

La sociología se ha encargado de mostrar que el hogar de una familia media es un sitio donde ambos padres trabajan (si no es de una persona sola), donde los abuelos juegan un papel fundamental (si están cerca), donde hay que apuntar al niño a actividades extraescolares porque hay que llenar el tiempo y que si el colegio las tiene mejor que mejor (porque así uno puede ir a recogerle a las 19:30 y no a las 5).

En esas, el hogar medio que tenemos es un hogar pseudovacío de 8 de la mañana a 19:30 de la tarde. Y si la sociología nos ha dicho eso (la incorporación de la mujer al trabajo, la falta de conciliación de la vida laboral, el nivel de vida, la falta de ingresos y, por ello, la cuasi obligación de que ambos congéneres trabajen), la pedagogía de los maestros se encarga de recordar que los padres deben estar en casa apoyando a sus hijos en las tareas, en los deberes y en los juegos, pues si no su misión será en balde. Un padre o una madre debe ser ahora, se oye en las tertulias de sobremesa, un profesor particular, un amigo que juega y un ejemplo de madurez.

Lo que antes pasaba y ahora no pasa, por decirlo como lo decimos coloquialmente, es que antes “había alguien en casa” y ahora no. Y es cierto. Pero es falso. Es falso de toda falsedad porque si bien antes siempre había alguien en casa (generalmente la madre), las madres de antes no ayudaban mucho a hacer los deberes (por no decir apenas), no eran compañeras de juego (por no decir casi nunca) y, eso sí, tañían con voz directa y firme la hora de la ducha, la de la cena y la de dormir. No recuerdo ni una sola vez a mi madre revisando mis deberes, jugando a los clicks de Playmobil y obligándome a apuntarme a actividades variopintas.

Vuelvan, vuelvan a recordar: porque parece que se nos pierde algún dato importante en nuestras conversaciones cuando decimos lo que solemos decir. Parece como si estuviéremos explicando mal el problema y así (en el caso de que la busquemos) no daremos con la solución. Parece que hay que revisar alguna contradicción. Obvio que a los niños no hay que dejarles solos (y generalizo porque hay edades y edades), pero quizás no está de más hacer algo que nosotros hacíamos muy a menudo tras el colegio: aburrirse, inventar juegos, volver a aburrirse y volver a moverse. Quizás no es que estemos infravalorando el papel del colegio o de los padres sino el de los mismos niños, no son tan distintos cerebral y morfo-anatómicamente de los niños que éramos nosotros. Son tan fantásticos, maquiavélicos, sinceros y pillos como lo éramos nosotros. Quien no sepa volver a su infancia no sabrá ver la suya, sea uno maestro, madre o ambas cosas a la vez.

El mundo ha cambiado y la situación ya no es la misma, pero no estamos diciendo eso. La contradicción que vivimos, todo lo que es el caso en estas líneas, el dilema de la vuelta al cole y la relación con la familia, culpabilizar a la escuela o a los padres sobre quién educa y quién enseña, no se va a solucionar con más gente en casa. Cualquier persona sensata ve que gente educada en un sistema de hace 30 años (los padres de hoy) tenía en su momento mayor saber estar y mayores conocimientos que muchos chavales de hoy en día, y quizá por eso pueden ayudarles a hacer los deberes. Pero olvidan que esa gran formación no proviene porque sus padres (ahora abuelos) los hicieron con ellos. Por eso, esas conversaciones son insolubles, no porque no sean importantes, sino porque generan medias premisas verdaderas con medias conclusiones falsas. Hay que dejar de culpar al otro y estamos errando la pregunta.

El valor del niño en la educación

Hay que saber de verdad qué significa el niño que uno fue y sigue siendo en el adulto que uno es. El niño no es el centro de la educación, es el protagonista de la educación: no los padres, no la escuela, no la sociología o la pedagogía, por mucho que digan todos que sí, que es el niño el protagonista. Dejémosle ser en el modo en que nos dejaron ser: no fuimos tan mal educados.

Cuando éramos niños sabíamos que más que nos diesen propuestas de juego, veíamos claramente el poderío de un firme y serio “eso no se hace” (aunque luego lo repitiésemos mil y una veces). Y hay que saber decirlo: “no”. No creo que haya qué decirles a los niños cómo deben ser, las opciones que tienen, cómo deben comportarse, sino lo que en cualquier caso no hay que hacer. Al fin y al cabo ellos son el centro de su vida, como nosotros de la nuestra.

Al fin y al cabo, les pasa lo que a nosotros nos sigue pasando: muchas veces no sabemos cómo actuar pero hemos aprendido lo que en ningún caso queremos hacer. Y, al fin y al cabo, les respondo lo que alguien me preguntó un día: ¿tú de niño qué querías ser? Siempre lo he tenido claro, y creo que todos pensábamos igual: Yo quería ser mayor, hacer cosa de mayores y vivir como un mayor. San Pablo lo dice: “cuando era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño, pero ahora soy un hombre…”.

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