Escucho la banda sonora original de la trilogía de El Señor de los Anillos, sentado frente a mi ordenador, tras una tarde apresurada de preparación de comienzo del cole. Creo que es una música adecuada para el final de un día que antecede a una nueva batalla.
Cuando San Pablo habló de "guerreros de la luz" en una de sus cartas dejó entrever con nitidez de qué iba esto de la vida cristiana: participar en la lucha que la luz y la oscuridad libran prácticamente desde el comienzo de los tiempos. Cada día es una contienda y nadie se libra de ella.
El mundo parece estar enzarzado en una nueva gran batalla entre el bien y el mal. Una corriente despiadada de violencia, guerra, corrupción y enfermedad parece llenar cada rincón del planeta. Es como si el agua hubiera llegado de nuevo a la ebullición. No es la primera vez. El mal vuelve y vuelve, obsesionado por olvidar que ya ha sido vencido para siempre en una Cruz. Pero esta gran batalla no es algo ajeno a cada uno de nosotros, más bien al contrario. Son los pequeños frentes los que decantan la victoria, como siempre ha sido en la guerras: detalles que pasan desapercibidos hasta para los grandes estrategas.
Mis hijos empeizan mañana un nuevo curso escolar lleno de oportunidades y dificultades y deberán librar su misión prestos. La misión de vencer la pereza matutina, la misión de relacionarse con amigos y no amigos, la misión de estar atentos a las injusticias, a las soledades, a los abusos, la misión de obedecer sin entender muchas veces, la misión de estudiar y trabajar, la misión de construirse desde ya porque no hay tiempo que perder… Y sus padres, con el curso, enfrentamos nuevos retos alimentados por horarios imposibles, cansancios incontrolables, tensiones inesperadas, esfuerzos desmedidos…
La guerra se decide en casa, en la de cada uno. La luz sabe lo que se juega en los escenarios olvidados de la cotidianeidad. La oscuridad también lo sabe. ¡Adelante!