La Cuaresma está llegando a su fin.
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Para los niños, y para los mayores, las celebraciones en el día del aniversario de su nacimiento se sustentan en "cumplir años". De una manera u otra, las preguntas siempre se orientan al tiempo que uno lleva viviendo. Que si cuántos años cumples, que si ya tienes un año más, que si que mayor te haces, que si no te quites años, que si hay que poner tantas velas como años se cumplen en la tarta, que si… celebramos una cantidad. Cuando esta cantidad tiene una significación especial, distinta en diferentes culturas y países, la celebración es, si cabe, más especial: los dieciseis, los dieciocho, los cuarenta, los cincuenta, etc. Nuestro énfasis se centra en la edad y los años que, en una etapa, se celebra cumplir porque te llevan a la adultez, posteriormente, uno se los quiere quitar.
¿Puedo decir entonces que la Iglesia celebra hoy el cumpleaños de María? Pues creo que no. Porque la Iglesia no nos anima a celebrar los años cumplidos, el tiempo pasado, la cifra, la cantidad… sino que nos invita a celebrar la vida, la vida que ha nacido, la vida como regalo, la vida como acción de gracias, la vida en sí misma de esa persona. Hoy es un día para dar gracias por María, por su existencia, por haberla elegido Dios para traer al mundo a su Hijo, por su sí, por su ser madre, por su amor.
La Iglesia y la Virgen me llevan a terminar dando gracias por mi hijo mayor. No celebro sus diez años tanto como cada instante de amor desde que vino al mundo. Celebro su llegada y me postro ante el Padre agradecido por tan sigular y hermosa obra suya. Celebro sus dones, todo lo que aporta a la familia y que nos hace mejores a sus padres y a sus hermanos. Celebro el amor que recibo de él y lo cercano que me siento del cielo a su lado. Y celebro también, el amor entre mi esposa y yo. Porque celebrar la vida, al final, siempre es celebrar un amor creador que la hace posible.