Análisis de la llegada de Osoro a Madrid y Cañizares a Valencia
El nombramiento de los dos nuevos arzobispos de Madrid y Valencia se realiza en la normalidad, y por tanto en la continuidad y en la novedad a la vez, de un relevo generacional de los pastores de la Iglesia que peregrina en España. Cabe, eso si, señalar tres notas de estos nombramientos muy significativas en el contexto de este nuevo capítulo de la historia de la Iglesia que está protagonizando el pontificado del Papa Francisco:
Primero, la colegialidad: el Papa Francisco no sólo apuesta en su magisterio (Evangeli Gaudium, 32) por una mayor concretización del “afecto colegial” entre los obispos, sino que él mismo la está priorizando. Cuando los recibe suele decirles que no sólo esperen de él un guía para su ministerio, sino sobre todo un apoyo por lo que ellos mismos, en sus diócesis, ya están haciendo.
El que monseñor Carlos Osoro fuese elegido vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española hace unos meses, y el Cardenal Antonio Cañizares hubiese también recibido semejante confianza de sus hermanos en el episcopado hace años, antes de ser llamado a Roma por Benedicto XVI, no son mera coincidencia. El dicho clerical de que “de Roma sale lo que a Roma llega” tiene aquí el valor de esta característica de la comunión eclesial que es la colegialidad episcopal: el Papa confía estas dos importantísimas diócesis a aquellos en los que sus hermanos en el episcopado español ya antes habían mostrado una gran confianza.
Segundo, la renovación: con estos dos nombramientos se evidencia una sintonía con los nuevos vientos del Espíritu que sopla las velas de la nave de la Iglesia hacia una “impostergable renovación” (EG, 27) y que en el testimonio y prioridad de sus pastores se traduce en más sencillez personal y más capacidad para el diálogo con todos (con todos los de dentro de la Iglesia, sin excepciones ni distinciones, y también con todos los de fuera). Quienes conocemos bien tanto a don Carlos como a don Antonio sabemos que en el trato personal con ellos se experimenta la promesa evangélica de que “el que se humilla, será enaltecido” (Lc. 4, 11).
Tercero, la paternidad. El Papa Francisco ha elegido como nuevo icono para la Iglesia el de un hospital de campaña en un mundo con muchas heridas, para curarlas, no para hurgar en ellas. Los dos nuevos arzobispos de Madrid y de Valencia son, en primer lugar para los sacerdotes, sus más cercanos colaboradores, y luego para todos, unos auténticos “padrazos”. Doy fe de ello en primera persona. La persona, cada persona, es lo que más les importa. Antes que objetivos y estrategias, por muy evangelizadoras que sean. Doy fe de que ambos son un buen exponente de esta “Iglesia en salida” (EG 20-24) que sueña Francisco y que a todos, o a casi todos, nos cautiva y moviliza.