Tras el fallecimiento del Fundador se dieron algunos desórdenes de diversa índole en miembros destacados
Forma parte de misión maternal de la Iglesia vigilar a sus hijos, para que no estén en peligro, y cuidar del hogar en el que, como tales, viven su vocación, lo que incluye poner orden en cada uno de sus grupos e instituciones, como hace una buena madre cuando descubre que la habitación de uno de sus hijos requiere ser ventilada y reordenada.
En la vida de la Iglesia, como en la de cualquier familia, esta misión no siempre es fácil, pero la caridad de una madre no consiste en evadirse de los problemas de los hijos, sino en encararlos, educando y corrigiendo, con prudencia pero también con firmeza.
Un ejemplo de esta labor es la que ha estado ejerciendo en los últimos años, designado para ello por la Santa Sede, monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, con la Asociación de Fieles Unión Lumen Dei y la Unión Sacerdotal Lumen Dei, fundadas en la década de los años sesenta por el Padre Rodrigo Molina. Instituciones que, como dice monseñor Sanz Montes, teniendo “en su haber obras de carácter social y misionero que han hecho bien a personas menesterosas”, no obstante “arroja también un itinerario confuso y convulsivo que testimonia el daño que se ha hecho en no pocas personas por el tipo de antropología, espiritualidad y formación rígidas e insuficientes”, dado que “tras el fallecimiento del Fundador, se dieron algunos desórdenes de diversa índole en miembros destacados, el abuso de autoridad por quienes han concebido su presunto carisma al margen e incluso contra la Iglesia, y una oscura gestión económica y administrativa”.
Como resultado de esta labor, para la que el Arzobispo de Oviedo ha contado en todo momento con la confirmación de la Congregación para los institutos de Vida Consagrada (el ministerio del Papa para las congregaciones religiosas), fueron renovados los principales cargos de Lumen Dei. Algunos miembros fueron abandonando a lo largo de este periodo la institución, otros han mantenido su fidelidad a la Iglesia y acogen en espíritu de comunión sus decisiones, y otros, en cambio, se resisten a aceptarlas.
Estos últimos quedan también desvinculados de Lumen Dei, al no secundar el camino que la Santa Sede marca en su acompañamiento y obstaculizar gravemente su misión. Es evidente que sólo la Iglesia, en la persona del Papa y de los obispos que él designa para ello, puede discernir los dones del Espíritu Santo y la autenticidad de los carismas.
Si la vida siempre da muchas vueltas, la de la Iglesia aún más. Cada carisma inspirado por el Espíritu Santo ha de recorrer un camino de maduración. En la mayoría de los casos la experiencia de discernimiento y purificación se da en vida de los fundadores. En otros casos, se da después. Pero en ningún caso la acción del Espíritu queda restringida a los miembros de la obra fundada, sino siempre en comunión con la madre Iglesia.
Un hijo no es hijo sin una madre que le de a luz, le cuide, le alimente, y le libre de todo peligro. Sólo bajo este cuidado amoroso el hijo llega a ser él mismo y a cumplir su misión en la vida.