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Santa Mónica, la madre que logró la conversión de su hijo san Agustín

SAINT MONICA
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Dolors Massot - publicado el 27/08/14
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Rezó también por la conversión de su marido y su suegra. Y su oración arrancó de Dios que los tres fueran bautizados

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Santa Mónica nació en la ciudad romana de Tagaste (actual Suq Ahras, en Argelia), situada a unos 100 km de la ciudad de Cartago, en el año 332. 

Aunque quería dedicarse a la vida religiosa desde muy joven, fue dada en matrimonio, según costumbre de la época, a un hombre llamado Patricio. Tuvieron tres hijos: una niña y dos niños. El mayor era Agustín, quien llegaría a ser con el tiempo san Agustín, santo y doctor de la Iglesia.

Patricio era muy trabajador pero se sabía de él que tenía mal carácter, era jugador y mujeriego. Además, la religión no le interesaba en absoluto. Le incomodaba que Mónica rezara y atendiera a los pobres, aunque nunca llegó a maltratarla físicamente. Mónica se esmeraba en rezar por su conversión y en tener un trato amoroso con él.

En el año 371, Patricio se convirtió a la fe cristiana y pidió ser bautizado, sin duda movido por el amor y la fe de su esposa santa Mónica. No solo eso, también pidió el bautismo su suegra, que era de temperamento colérico y había hecho difícil la vida en familia hasta entonces.

Un año después, en el 372, Patricio falleció. Agustín tenía entonces 17 años.

En cuanto a los hijos, mientras que la hija y uno de los varones fueron su apoyo y su consuelo, Agustín enseguida le causó preocupación. 

Mónica sufría al ver que su hijo mayor no llevaba una vida moralmente recta. Agustín enfermó entonces y pidió conocer más la fe cristiana. Incluso hizo el propósito de convertirse. Sin embargo, cuando sanó posponía la decisión y finalmente aparcó aquella idea.

Al profundizar en la filosofía se hizo maniqueo y afirmaba que el mundo era obra del demonio. Al mismo tiempo, se enamoró de una joven y comenzó a vivir en pareja, de lo que nació el hijo de ambos, Adeodato.

Al escuchar de Agustín afirmaciones maniqueas, Mónica echó a su hijo de casa porque no consentía que dijera barbaridades contra la fe cristiana. Pero eso le dolía enormemente. Lloraba y rezaba por él.

Una noche Mónica soñó que ella lloraba por su hijo, pero se le acercó un hombre resplandeciente y le dijo: "Tu hijo volverá contigo" y vio a Agustín junto a ella.

Al explicarlo al joven, él interpretó que su madre iba a hacerse maniquea. Pero Mónica le corrigió: "En el sueño no me dijeron ‘mamá ira adonde su hijo’, sino ‘tu hijo volverá contigo’". Esto impactó a Agustín. Mónica para entonces ya le había seguido hasta Milán.

Mónica seguía llorando y rezando por él, y pedía a otras personas que también lo hicieran. Un día fue a visitar al obispo de Milán, san Ambrosio, para pedirle que rebatiera a su hijo las ideas maniqueas que explicaba, pero este le dijo que siguiera rezando: "Esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas".

En el año 387, tras muchos años de oraciones de su madre, ocurrió que Agustín tuvo una conversión fulminante al leer las palabras de san Pablo: “No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos.”

Al instante, explica el propio san Agustín en sus “Confesiones”, se convirtió y fue a ver a su  madre:

“…como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas.”

San Agustín cambió el rumbo de sus días, recibió formación cristiana del propio san Ambrosio y fue bautizado en Pascua de Resurrección, en Milán.

Una vez convertido, Agustín, Adeodato y Mónica, madre y abuela, estuvieron seis meses en Rus Cassiciacum, actualmente Cassago Brianza, viviendo juntos en una casa. Ella estaba feliz de ver a su hijo ya convertido. Después Agustín decidió regresar a África. Viajaron hasta el puerto de Ostia, para embarcar allí.

Una noche, le dijo a Agustín con gran paz y alegría: "¿Y a mí qué más me puede amarrar a la tierra? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Después tuvo un episodio de fiebre, y en pocos días se agravó y murió.

Lo único que pidió a sus hijos fue que rezaran por el descanso eterno de su alma.

Era el 27 de agosto del año 387 y santa Mónica tenía 55 años.

Su fiesta se celebra cada 27 de agosto.

Santa Mónica es patrona de mujeres casadas y modelo de madres cristianas.

Dios de bondad, consolador de los que lloran: Tú que, lleno de compasión, acogiste las lágrimas que santa Mónica derramaba pidiendo la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por la intercesión de ambos, el arrepentimiento sincero de nuestros pecados y la gracia de tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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