Mientras Europa y Norteamérica sufren una crisis de fe, en Sudamérica, África y Asia ocurre lo contrario
Ha recordado el Papa Francisco a los jóvenes, en Corea del Sur, que “la fe es un antídoto para el espíritu de la desesperación que parece crecer como un cáncer en las sociedades que son ricas por fuera, pero que suelen tener tristeza y vacío interior”. Sino fuera por esta niebla todos anhelaríamos el don de la fe. Sólo Dios es capaz de escudriñar el corazón de cada hombre, su interior, su deseo de verdad y de bien, la búsqueda del sentido de su vida, el itinerario personal de reconocimiento de la pobreza radical humana, de inquietudes, encuentros, huidas y reencuentros con Él.
En este tiempo de secularización religiosa nos jugamos la fe no sólo en la aceptación o el rechazo a la herencia cultural de la fe, que no son fácilmente nítidos y evidentes, sino en la sinceridad de la búsqueda de Dios.
Decía un teólogo norteamericano, Paul Tillich, que lo que en relación a la fe más distingue a los hombres contemporáneos no es tanto si confiesan o no una fe religiosa, sino antes que eso, si son profundos o superficiales: si buscan a Dios o reprimen esta búsqueda en pro de una vida frívola y vacía. Y un buen filósofo español, Francés Torralba, nos dice que existe una “tierra de nadie” entre creyentes y no creyentes, un punto de encuentro, el de la inquietud y el asombro religioso, del que en el fondo nadie en esta vida se libra.
La historia de la humanidad no es la historia de la perdida de la fe, sino al contrario, de la ganancia de la fe. Decía otro gran filósofo español, Xabier Zubiri, que la historia es cristianismo en tanteo. Y es verdad: mientras Europa y Norteamérica sufren una crisis de fe, en Sudamérica, África y Asia ocurre lo contrario. En Corea del Sur, uno de los países económicamente más prósperos y tecnológicos, miles de jóvenes se convierten cada año a Cristo y piden el bautismo, como ocurre también en otros países asiáticos.
Con ocasión del cierre de la capilla de la Facultad de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, ejemplo preclaro de lo inútil que siempre ha sido a la postre querer poner puertas al campo, puertas laicistas al campo inmenso del espíritu humano, hemos conocido que no pocos jóvenes, por entrar por causalidad en esa capilla, cayeron como Pablo del caballo, y con lagrimas en los ojos, encontraron o reencontraron la fe.
Y es que no hay nada más humano que la fe en Dios, que nos salva de la tristeza y del vacío interior de encerrarnos en nuestra autosuficiencia.