Mensaje a los líderes del apostolado laical en Corea del Sur
El Papa Francisco tuvo un encuentro con los líderes del apostolado laical en Corea del Sur, realizado en el Centro de Espiritualidad de Kkottongnae. En su discurso el Papa agradeció su labor: “Sus dones como hombres y mujeres laicos son múltiples y sus apostolados variados, y todo lo que hacen contribuye a la promoción de la misión de la Iglesia”.
Durante su intervención destacó la labor de asociaciones que trabajan con los pobres y necesitados: “Esta tarea no se puede limitar a la asistencia caritativa, sino que debe extenderse también a la consecución del crecimiento humano. Asistir a los pobres es bueno y necesario, pero no basta” y alabó la labor de la mujer “como catequistas y maestras y de tantas otras formas”.
Las familias coreanas también fueron objetivo de su discurso, a las que les mostró: “La familia sigue siendo la célula básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que los hacen capaces de ser faros de bondad, de integridad y de justicia en nuestras comunidades”.
Finalizó su mensaje pidiendo: “Que encuentren constante inspiración y fuerza para su apostolado en el Sacrificio eucarístico”.
Discurso del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas,
Estoy muy contento de tener esta oportunidad de reunirme con vosotros, que representáis las múltiples expresiones del floreciente apostolado de los laicos en Corea: ¡Siempre ha sido floreciente! ¡Es una flor que permanece! Agradezco al Presidente del Consejo del Apostolado Laico Católico, al señor Paul Kwon Kil-joog, por su amable bienvenida en nombre vuestro.
La Iglesia en Corea, como sabemos, es heredera de la fe de generaciones de laicos que han perseverado en el amor de Jesucristo y en la comunión con la Iglesia, no obstante la escasez de sacerdotes y la amenaza de graves persecuciones. El beato Paul Yun Ji-chung y los mártires que hoy han sido beatificados representan un capítulo extraordinario de esta historia. Ellos dieron testimonio de la fe no solo con su sufrimiento y muerte, sino también con su vida de amorosa solidaridad de los unos hacia los otros en las comunidades cristianas, caracterizadas por una caridad ejemplar.
Esta preciosa herencia se prolonga en vuestras obras de fe, de caridad y de servicio. Hoy, como siempre, la Iglesia necesita un testimonio creíble de los laicos de la verdad salvífica del Evangelio, de su poder de purificar y transformar el corazón humano, y su fecundidad en la edificación de la familia humana en la unidad, justicia y paz. Sabemos que hay una única misión de la Iglesia de Dios, y que todo cristiano bautizado tiene un papel vital en esta misión. Vuestros dones de laicos, hombres y mujeres, son múltiples y variado es vuestro apostolado, y todo lo que lleváis a cabo está destinado a la promoción de la misión de la Iglesia, asegurando que el orden temporal sea permeado y perfeccionado por el Espíritu de Cristo y orientado a la venida de su Reino. De forma especial, deseo reconocer la obra de las muchas asociaciones directamente implicadas en el encuentro con los pobres y los necesitados.
Como demuestra el ejemplo de los primeros cristianos coreanos, la fecundidad de la fe se expresa en la solidaridad concreta al respecto de nuestros hermanos y hermanas, sin tener en cuenta su cultura o su estado social, porque en Cristo “no hay judíos ni griegos” (Gal 3,28). Estoy profundamente agradecido a todos los que, con vuestro trabajo y testimonio, lleváis la consoladora presencia del Señor a la gente que vive en las periferias de nuestra sociedad. Esta actividad no termina con la asistencia caritativa, sino que debe extenderse también a un compromiso por el crecimiento humano. No solo la asistencia, sino también el desarrollo de la persona. Asistir a los pobres es algo bueno y necesario, pero no es suficiente. Os animo a multiplicar vuestros esfuerzos en el ámbito de la promoción humana, para que todos los hombres y las mujeres puedan conocer la alegría que viene de la dignidad de ganarse el pan cotidiano, sosteniendo así a sus propias familias. He aquí que esta dignidad, en este momento, está amenazada por la cultura del dinero, que deja sin trabajo a muchas personas… Nosotros podemos decir: “Padre, les damos nosotros de comer”. ¡Pero no es suficiente! Aquellos y aquellas que no tienen trabajo deben sentir en su corazón la dignidad de poder llevar el pan a casa, ¡de ganarse el pan!. Os confío este compromiso.
Deseo además reconocer la preciosa contribución ofrecida por las mujeres católicas coreanas a la vida y a la misión de la Iglesia en este país, como madres de familia, catequistas y docentes en muchas otras formas. Tampoco puedo dejar de destacar la importancia del testimonio realizado por las familias cristianas. En una época de crisis de la vida familiar, como todos sabemos, nuestras comunidades cristianas están llamadas a apoyar a los matrimonios y a las familias para que puedan cumplir su misión en la vida de la Iglesia y en la sociedad. La familia es la unidad básica de la sociedad y la primera escuela en la que los niños aprenden los valores humanos, espirituales y morales que les hacen capaces de ser faros de bondad, integridad y de justicia en nuestras comunidades.
Queridos amigos, cualquiera que se la contribución particular que dais a la misión de la Iglesia, os pido que continuéis promoviendo en vuestras comunidades un formación más completo de los fieles laicos, mediante una catequesis permanente y la dirección espiritual. En todo lo que hacéis, os pido que actuéis en completa armonía de mente y de corazón con vuestros pastores, tratando de poner vuestras intuiciones, talentos y carismas al servicio del crecimiento de la Iglesia en la unidad y en el espíritu misionero. Vuestra contribución es esencial, ya que el futuro de la Iglesia en Corea, como en toda Asia, dependerá en gran parte del desarrollo de una visión eclesiológica fundada en una espiritualidad de comunión, de participación y de compartir los dones (cfr Ecclesia in Asia, 45).
Una vez más, expreso mi gratitud por lo que hacéis por la edificación de la Iglesia en Corea en la santidad y en el celo. Podéis obtener una constante inspiración y fuerza para vuestro apostolado en el Sacrificio Eucarístico, donde el amor por Dios y por la humanidad, que es el alma del apostolado, se comunica y se nutre (cfr Lumen gentium, 33). Sobre vosotros, vuestras familias y sobre los que participan en las obras corporales y espirituales de vuestras parroquias, asociaciones y movimientos, invoco la alegría y la paz en el Señor Jesucristo y en la amorosa protección de María, nuestra Madre.
Os pido, por favor, que recéis por mí. Ahora recemos juntos a la Virgen y luego os daré la bendición.
(Se reza el Avemaría)
Bendición
Muchas gracias y rezad por mí ¡No os olvidéis!