El arzobispo de Tanger, monseñor Santiago Agrelo realiza desde su muro de Facebook un alegato profético sobre el tratamiento que se hace en algún medio de comunicación a la llegada de inmigrantes a las costas de Cádiz o a la valla de Melilla, comparándolo con el tratamiento que se hace a otras noticias como la fiesta de 8.000 homosexuales en Barcelona.
Por su interés reproducimos lo publicado en su muro de Facebook:
No puedo entender:
Compartían la primera página de un periódico digital. Una de las noticias era: “Verano gay en Barcelona. 8.000 homosexuales se concentran en un ‘aquapark’.” La otra sonaba así: “Llegada récord de inmigrantes por la permisividad marroquí. 836 alcanzaron las playas de Cádiz en 84 lanchas hinchables y otros 80, de los 750 que lo intentaron, lograron saltar la valla de Melilla”.
Dos mundos en una página: uno de verano gay, y otro de llegada récord; uno normal, y otro amenazador; uno de ‘aquapark’, y otro de aguas de un Estrecho con credenciales de cementerio. Todo indica que, para el periódico, lo deseable sería que a Barcelona llegasen más y a Tarifa menos, posiblemente ninguno. Es una cuestión de intereses y, por supuesto, de legalidad democrática.
Que ese más y ese menos asomen la oreja en los titulares de la información, así como en las opiniones de partidos políticos y en la indiferencia de una sociedad educada en el egoísmo, entra dentro de lo previsible, pero resulta sorprendente encontrar, en medios que se supone inspirados en el evangelio, ese rechazo nada disimulado al emigrante.
No puedo entender que alguien –un representante de un grupo policial- señale a los emigrantes llegados a Tarifa como posibles portadores del ébola, posibles violadores o asesinos.
No puedo entender que eso se diga en un medio de propiedad de la Iglesia sin que nadie de la casa tenga nada que objetar.
No puedo entender que en estos días dramáticos para los emigrantes, no se haya gastado una sola palabra en recordar a la sociedad española el peligro mortal que han corrido esas personas, hombres, mujeres y niños, a quienes intereses y legalidad sólo consiguen ver como a unos intrusos, una amenaza o unos delincuentes.
No puedo entender que la vida de tanta gente inocente y empobrecida, su futuro, no merezca siquiera una llamada atención, una nota marginal, en el texto resabido de nuestras tertulias.
Salvo que aquella página del evangelio de Lucas sea apócrifa, la Iglesia no fue ungida por el Espíritu y enviada a defender las buenas razones del orden establecido, ya sea el económico, el social, el cultural o el político. La Iglesia fue ungida y enviada para llevar una buena noticia a los pobres.
Aunque al poder lo asistiesen todas las razones de este mundo para justificar sus opciones, y tuviese todos los apoyos posibles del arco parlamentario, a la Iglesia no se la espera al lado del poder sino de los pobres: Dios la quiso para ellos, la ungió para ellos y a ellos la envió.