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El riesgo de ser misionero

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Manuel Bru - publicado el 09/08/14
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¿Cuantos misioneros quedan atrapados por enfermedades contagiosas incurables y no son noticia?
Que el único español contagiado por el ébola sea un misionero -no seré yo el primero en destacarlo- no es una casualidad. Cuando los europeos viajamos a algunos países africanos no solemos compartir las condiciones de vida de las gentes del lugar. Y muy raramente, vamos sólo con billete de día. Pero no es este el caso de los misioneros. Porque su entrega a las misiones es de por vida, es para siempre. Otra cosa es que como es a las misiones, en plural, es decir, a la misión de la Iglesia en su conjunto, sus superiores les cambien de misión a lo largo de su vida.

Y los misioneros, además de ir a África sin billete de vuelta, van a los peores lugares de África, los más pobres, los más aislados y silenciados por esta otra parte del mundo, los más peligrosos, los más necesitados de solidaridad. +Y los misioneros, en estos lugares, no están en mansiones distinguidas, segregadas, y protegidas, sino entre las gentes, en sus mismas casas, y en sus mismas condiciones de vida. Para eso van allí, para compartir humildemente con ellos el destino de sus vidas, y para compartir también humildemente con ellos el sentido de la vida.  

Miguel Pajares, único español contagiado por el ébola, misionero destinado en Sierra Leona, no es una excepción. Tenía, irremediablemente, todas las papeletas para este contagio que no se debe a ninguna imprudencia suya, sino a un riesgo inseparable de su estar en misión. Los hermanos de San Juan de Dios ya habían previsto, por su edad, su vuelta a España, y aunque nunca imaginaron que llegaría a venir en las condiciones en las que ha venido, envuelto en una cápsula plástica de aislamiento, y con todos los medios de comunicación pendientes, no es para ellos, como para ninguna orden religiosa, una situación a la que no estén acostumbrados.

A finales del siglo XIX, con el “boom” misionero que vivió la Iglesia (creación de Propaganda Fidel, surgimiento de cientos de ordenes religiosas misioneras, etc…), de cada diez misioneros que iban a África, siete morían a los pocos meses por contagio de enfermedades desconocidos para los que los europeos no eran inmunes. Aún así, no paraban de crecer las vocaciones misioneras ni de que las congregaciones enviaran misioneros a África.

Cuando estuve hace unos años en Angola, con Ayuda a la Iglesia Necesitada, compartí la vida con los misioneros salesianos (también españoles) allí destinados. Vivían con y como los habitantes de sus misiones, y eran la puerta de la esperanza máxima de la juventud angoleña. Algunos de ellos, tras años de vida en la misión, y aún tomando las máximas precauciones, se contagiaron de malaria.  ¡Cuantos misioneros, jóvenes y mayores, quedan atrapados por enfermedades contagiosas incurables, y no son noticia ni en el periódico local de su pueblo!

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