¿Es coherente para un cristiano practicarlos?
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Las artes marciales son prácticas de defensa personal. En sí, no son ni buenas ni malas. Pueden usarse bien o mal.
En general, lo habitual es que donde se enseñan se inculque a los alumnos que deben servir para el deporte y la defensa, no para la agresividad, y suelen incluir una pedagogía de autocontrol. De hecho, en las artes marciales están presentes valores como el respeto, la disciplina y el sacrificio.
Otra cosa, claro está, es cómo las empleen quienes las practican. En Aleteia hemos publicado como el Taekwondo se promociona en países como Argentina para alejar a los niños y jóvenes de conductas peligrosas.
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Aún así, en Aleteia nos preguntamos si hay algún “pero”en la práctica de estos deportes por parte de nuestros hijos a los que estamos educándoles en nuestra fe. Puede haber uno en algunos casos. El origen de estas artes es el Extremo Oriente, y en la cultura de las mismas han incluido algún matiz religioso.
Lo podríamos resumir de la siguiente manera. Las religiones orientales tienen un cariz panteísta, que se deja ver indirectamente en estas disciplinas.
Cuando la noción de un Dios personal y providente se sustituye por una todopoderosa e impersonal fuerza cósmica, estamos ante una visión religiosa dismetralmente opuesta a la cristiana. Esto no pervierte en sí mismo el arte marcial, pero conviene saberlo, no sea que junto al karate o el taekwondo le coloquen a uno subliminalmente una religión ajena a sus creencias.
La pregunta se extiende a los deportes de combate. Aquí la respuesta es que depende del daño que pueda seguirse de la práctica.
Muchos deportes de lucha -como el judo, el taekwondo o la lucha grecorromana- apenas provocan lesiones, bien sea por sus reglas o por las medidas de seguridad que se toman. En otros casos –y lamento el posible desengaño que esto pueda suponer-, el deporte mismo está trucado, y no pasa de ser una exhibición tan espectacular como amañada, como sucede con la lucha libre o el catch.
Bien, pero queda sobre todo uno, y muy extendido: el boxeo. Sobre el mismo, puedo dar mi juicio al respecto, no el de la Iglesia, pues éste no existe. Y lo cierto es que no lo veo con buenos ojos. Aunque es verdad que se toman medidas para que el daño sea limitado, y en la mayoría de los combates lo es, también es cierto que a veces se causan daños serios.
Y, sobre todo, que si se mira, no ya el combate concreto, sino las secuelas a medio y largo plazo, es frecuente que se causen daños de importancia. Por esta razón mi juicio es negativo.
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