Respondemos a una consulta de un lector de Aleteia
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¿Es pecado practicar deportes de alto riesgo en los que pones la vida en peligro?
Aunque parezca mentira, el Catecismo de la Iglesia Católica no incluye el término “imprudencia” o sus derivados (define, eso sí, la prudencia en el n. 1806, pero no sirve mucho para lo aquí preguntado). Pero, lo incluya o no, sigue siendo la referencia para valorar los riesgos asumidos. Deben tener un motivo que justifique un riesgo, cuando éste es más alto que lo ordinario en la vida.
Se puede dar este criterio, pero no se puede meter en el mismo saco todos los casos de práctica de un deporte considerado de riesgo. Hay que ver, en cada caso, en primer lugar cuál es el riesgo real, que puede no coincidir con las apariencias. Por poner un ejemplo, la escalada deportiva, cuando se practica adecuadamente, es bastantee más segura que otras actividades de montaña que no caen bajo la etiqueta de deporte de riesgo. En segundo lugar, hay que ver quién lo practica: no es lo mismo un profesional que un aficionado, un joven que una persona más madura y menos ágil. En tercer lugar, es necesario considerar qué precauciones se toman; no es lo mismo, por ejemplo, una carrera de coches en un circuito bien preparado que en otro lugar menos adecuado. Y, claro está, hay que ver a qué se arriesga uno, porque no es lo mismo arriesgarse a romperse un brazo que a perder la vida.
Como puede verse, y esto es algo muy común cuando lo decisivo es el juicio prudencial sobre una situación concreta, no se puede dar una respuesta única generalizada. Hay que juzgar en cada caso si estamos ante algo emocionante pero con un riesgo controlable y asumible, o, en el otro extremo, si se trata de una auténtica temeridad injustificada e injustificable. Y hay mucho terreno entre ambos extremos.