Reflexión sobre su labor, al ser repatriado hacia España un misionero infectado de Ébola
La atención del mundo se ha desviado hacia un virus mortal llamado ébola, que ha matado ya a más de 800 personas en varios países del África Occidental. En España estamos especialmente sensibilizados al resultar infectados varios misioneros como el religioso Miguel Pajares, de 75 años, contagiado por un enfermo al que atendía como sanitario en un hospital dependiente de la orden de San Juan de Dios, en Monrovia, la capital de Liberia.
El Gobierno español no ha dudado en poner en marcha una compleja operación de repatriación de este y de otros misioneros, con el envío de un avión especialmente preparado para el transporte de estos pacientes. Lo dramático es que no solo no existe tratamiento alguno para esta enfermedad, mortal en el noventa por ciento de los casos, sino que los países afectados por la epidemia apenas disponen de medios para aislar siquiera a los enfermos y evitar los contagios.
Se está dando incluso el caso de que algunos hospitales han sido ya abandonados por sus cuidadores sanitarios, muchos de los cuales han sido víctimas del virus, como le ha ocurrido a los misioneros españoles que ahora van a ser repatriados y que son un auténtico tesoro para la humanidad.
Por supuesto, otros muchos misioneros siguen allí, fieles a su vocación de ocuparse de los necesitados, sin dejar por ello de reclamar la ayuda del mundo desarrollado que no ha dejado de beneficiarse de las riquezas naturales de estos países desde la época colonial hasta hoy.
Como no podía ser de otra manera, la dramática situación ha sido evocada en la “cumbre” África-Estados Unidos que se celebra estos días en Washington. Más allá de los compromisos de inversión para el desarrollo, lo que ahora se demanda es una ayuda humanitaria de urgencia que haga más eficaz la labor impagable tanto de los misioneros como de las ONGs volcadas con los más necesitados.