El testimonio de cientos de sacerdotes valientes en Calabria
Usamos el término mafia de modo muy genérico, para referirnos a todo tipo de crimen organizado, pero su origen es muy concreto y localizado, y se refiere una serie de familias que en el sur de Italia ejercen en un poder paralelo al legítimamente establecido protegiéndose a si mismas y protegiendo y privilegiando bajo el clientelismo y la extorsión a una porción de la sociedad. En Italia, como es bien sabido, hay cuatro grandes mafias: la Cosa Nostra en Sicilia, la Camorra en la Campania napolitana, la Ndrangheta en Calabria y la Sacra Corona Unita en la Apulia.
Es también conocida la dependencia de gran parte de la clase política italiana de la Cosa Nostra, o de su expansión a Estados Unidos que comparte con la Camorra, o que ésta, la Camorra, que popularizo en Norteamérica la figura de Al Capone, controla gran parte del tráfico de drogas del mundo; o que la Sacra Corona Unita, la más joven, controla el negocio de la prostitución y el blanqueo de dinero de la Puglia.
La actualidad nos ha llevado este varano a la Ndrangheta o mafia calabresa, que actúa a sus anchas en el “punta pie” de la península italiana. Se atrevió a mencionarla el Papa Francisco, al decir, en plena Calabria, que la “Ndrangheta es la adoración del mal, el desprecio del bien común, y hay que combatirla”.
Si la palabra “Ndrangheta” significa valentía, la valentía del Papa ha logrado dejar por los suelos a una organización que, como todas las mafiosas y terroristas, actúa más bien sirviéndose del temor y de la cobardía. El Papa además confirmó su afirmación con una sentencia canónica, la única ley en sus manos, declarando excomulgados a todos los miembros de la mafia.
Las reacciones a las palabras del Papa han sido muy torpes: si por un lado los mafiosos encarcelados han decidido no participar en la misa dominical que se celebra en sus cárceles, lo cual más que un oprobio es un éxito contra la confusión, en una procesión mariana de hace unas semanas los costaleros, con la anuencia cobarde de un sacerdote, inclinaron la imagen de la Virgen ante el balcón de un viejo capo mafioso en arresto domiciliario.
Las redes sociales sirvieron para que el hecho que pretendía mantener el temor local, mostrase públicamente la pueblerina sinrazón de la organización criminal, mientras servía a los medios de comunicación para relatar el testimonio contrario de cientos de sacerdotes, únicos valientes capaces de denunciar a los mafiosos como lo ha hecho el Papa.