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Apologética y Ecumenismo: Dos caras de la misma moneda

sectas

AFP PHOTO / Jorge UZON

Oración de un pastor evangélico en Guatemala

Flaviano Amatulli Valente - publicado el 04/08/14

Hay que ser realistas y creativos. Donde hay proselitismo, apologética; donde se acepta el diálogo, ecumenismo

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No todos los que no comparten nuestra fe, tienen la misma actitud hacia nosotros. Algunos están abiertos al diálogo y a la comprensión y otros no. Entre estos últimos no faltan quienes tienen una actitud abiertamente agresiva y proselitista.

Pues bien, ¿cómo tenemos que reaccionar frente a situaciones tan diferentes? ¿Basta la receta del diálogo, la tolerancia y la buena fe? ¿No es esto pecar de ingenuidad, pereza mental y falta de responsabilidad para con los “débiles en la fe”, que fácilmente son arrastrados por los “lobos rapaces”?

Ecumenismo

Ya desde fines del siglo XIX, la experiencia misionera en África y en Asia puso de relieve los efectos negativos del “escándalo de la división”: todos hablando del mismo Dios y usando la misma Biblia, pero divididos entre sí, en una actitud de franca oposición un grupo contra otro.

Por eso muchos quedaban escépticos acerca de la bondad y eficacia del nuevo credo. Primero pónganse de acuerdo entre ustedes – pensaban – y después vengan a enseñarnos “su Evangelio”, que por lo visto no representa ninguna buena noticia para nosotros, puesto que lleva consigo los gérmenes de la división entre las familias y la sociedad entera”.

Para superar esta situación de escándalo y presentar un frente común delante del mundo no cristiano, a principios del siglo XX se empezó a hablar de “Ecumenismo”, hasta constituirse en 1948 el Consejo Ecuménico de las Iglesias. Pues bien, con el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-­1965) la Iglesia católica entró en este nuevo orden de ideas, haciéndose poco a poco abanderada de este gran ideal de Cristo: “Que todos sean uno” (Jn 17, 21).

Diálogo interreligioso

Pronto el diálogo con los “hermanos separados” rebasó las fronteras del mundo cristiano alcanzando a los hebreos, “nuestros hermanos mayores”, y a todos los hombres de buena voluntad, pertenecientes a las más variadas expresiones religiosas: islamismo, budismo, hinduismo, taoísmo, confucionismo, etc.
Fundamento: la unidad del género humano y del plan de salvación, que abarca a todos los hombres (1 Tim 2, 3); por lo tanto, en todos los hombres y en todas las culturas ya está presente la acción salvadora de Dios, que hay que saber descubrir, apreciar y respetar.

Contra-misión oriental y musulmana
Mientras Europa, cansada por los estragos de la Segunda Guerra Mundial, causada por el fanatismo de las ideologías, se volcaba hacia los ideales de la comprensión y la unidad, el mundo oriental y el mundo musulmán, pisando tierras europeas con ocasión de la misma guerra, empezaron a vislumbrar la posibilidad de una “conquista ideológico-religiosa” del mundo occidental.

Así surgieron la contra-misión oriental y los distintos fundamentalismos islámicos, orientados hacia la afirmación de la propia identidad cultural, en una actitud de rechazo hacia todo lo occidental y de conquista con relación al mundo cristiano.

Explosión de los grupos proselitistas

En el ámbito del cristianismo, de por sí ya existían grupos separados, profundamente proselitistas: bautistas, mormones, testigos de Jehová, adventistas del séptimo día y la línea evangélica-pentecostal, subdividida en un sinfín de grupúsculos.

Pues bien, después del Concilio Ecuménico Vaticano II, con el surgimiento de la teología de la Liberación, estos grupos recibieron un fuerte apoyo de parte de los gobiernos de Estados Unidos y de los demás países de Latinoamérica como medio para frenar la acción de la Iglesia, muy comprometida con las causas populares, y volcar en un plan espiritualista la insatisfacción de las masas, causada por su marginación a nivel social, político y económico.


Una de las causas del avance de estos grupos en los países con mayoría católica ha sido el querer aplicar con relación a ellos la receta “ecuménica”. Resultados: en lugar de ablandarse, frente a la actitud conciliadora de la Iglesia, se envalentonaron más, logrando éxitos proselitistas insospechados.

Lo que ha pasado, ha sido que la visión europea del problema de la división se ha impuesto, impidiendo a las iglesias locales percibir con claridad su problemática real y buscar los medios oportunos para enfrentarla.

Dos caras de la misma moneda

En el fondo, se trata del problema de la unidad: una unidad que hay que preservar (apologética) y una unidad que hay que restablecer (ecumenismo). La apologética se dirige esencialmente hacia los que están dentro de la Iglesia, para que se sientan seguros de lo que profesan y no se salgan; mientras el ecumenismo se dirige esencialmente hacia los que están fuera, para que entren en un proceso de búsqueda de la unidad (Jn 17, 21).

Sin embargo, en la práctica muchos vieron en la apologética una “guerra santa”, y por eso la desecharon; y en el ecumenismo la única manera de enfrentar el problema de la división religiosa. Al no poder dialogar con los grupos proselitistas, se quedaron con los brazos cruzados, dejando a los “débiles de la fe” sin ningún tipo de protección frente a la agresión de los grupos proselitistas, al antojo de los lobos rapaces”.

Lo que pretendemos los que estamos luchando para “revivir la sana apologética”, es que seamos más realistas, viendo lo que realmente necesita nuestro pueblo y tratando de ayudarlo, sin perjudicar la causa del ecumenismo que tiene razón de ser.

¡Ojalá que todos fueran sinceros y estuvieran abiertos para el diálogo! Pero esto no corresponde a la realidad. El hecho es que existen planes concretos de “conquista” del mundo católico de parte del evangelismo. Frente al avance de un ejército invasor, no se puede hablar de paz y nada más, dejándolo avanzar a su antojo. Primero hay que pararlo. Solamente después será posible hacerlo sentar a la mesa de las negociaciones.

Prioridades

Es un hecho que el mundo católico está siendo profundamente perturbado por el fenómeno sectario. Por lo tanto, es urgente una acción encaminada a fortalecer la fe de sus miembros, subrayando la propia identidad y haciendo hincapié en los grandes valores de la unidad, la verdad y la fidelidad: elementos que solamente una sana apologética puede ofrecer.

Donde es determinante la presencia de iglesias separadas pero al mismo tiempo abiertas al diálogo, allá será necesario insistir en el diálogo ecuménico, como medio para favorecer la comprensión mutua y dar pasos concretos en el camino de la plena unidad.

En otros lugares prevalece la presencia de las grandes religiones no cristianas: judaísmo, islamismo, budismo, taoísmo, confucianismo, hinduismo, etc. Allá será necesario intentar el diálogo interreligioso, en la búsqueda de los valores presentes en cada cultura y expresión religiosa, capaces de fermentar la sociedad y encaminarla hacia la realización del Reino.

Lo que está pasando ahora, es que en todas partes se quiere hacer lo mismo, sin caer en la cuenta de que se trata de realidades diferentes, que merecen una atención muy particular, caso por caso. Donde prevalecen los grupos proselitistas, evidentemente se tiene que implantar la apologética; donde prevalecen las iglesias históricas separadas, tiene que impulsarse más el ecumenismo y, donde la presencia de las grandes religiones no cristianas es determinante, se tiene que enfrentar con toda seriedad el problema del diálogo interreligioso.


Ahora, ¿qué aportación específica, en concreto, podría ofrecer la experiencia latinoamericana al mundo católico, agredido por la acción de los grupos proselitistas? Un buen manejo de los principios de la sana apologética, llevada a cabo sin fanatismo, con la única preocupación de fortalecer la fe de los más débiles (Ez 34; Jn 10).

Y es lo que en la práctica no se está haciendo, por un malentendido ecumenismo y un complejo de inferioridad con relación a la problemática europea y al papel avasallador de la Santa Sede, volcada esencialmente en la línea ecuménica y del diálogo interreligioso.

Sano equilibrio

Al hablar de prioridad, no se está hablando de exclusividad. No es que en América Latina tenemos que preocuparnos “solamente” de la apologética. Tenemos que estar preparados para todo y, cuando se ofrece la oportunidad, tenemos que saber dialogar con los que están abiertos al diálogo.

Lo que queremos decir, es que en nuestros ambientes, tan atacados por el proselitismo sectario, lo que más urge es fundamentar la fe del católico de tal manera que se vuelva “impermeable” frente a sus solicitaciones. Es aquí donde tenemos que “dar chispas”, para después comunicar a otros nuestra experiencia.

Ahora bien, querer encerrarse en el diálogo ecuménico sin siquiera intentar buscar otro camino para enfrentar el problema de los grupos proselitistas, echando a perder enteras comunidades católicas, es señal de estrechez mental e irresponsabilidad pastoral. Un día habrá que responder de esto frente a Dios y a la historia.

Proselitismo de las iglesias históricas

Otro dato que no hay que ocultar es la actitud igualmente proselitista y agresiva de las iglesias históricas en muchos lugares de América Latina y de Estados Unidos con relación a la población hispana. Y lo peor de todo es la actitud complaciente de la jerarquía católica, que no mueve un dedo para defender a su gente con el propósito de no entorpecer el diálogo ecuménico.

En muchos casos se tiene la impresión de que la entrega indiscriminada del católico al evangelismo antiguo y moderno sea el precio que hay que pagar para que prospere el diálogo ecuménico, un diálogo basado en una traición en aras de una “estrategia” que no tienen nada de evangélico.

Por eso se trata de eliminar cualquier tipo de apologética que mire a fortalecer la fe del católico como si el flujo constante de católicos hacia el evangelismo represente el señuelo para atraer a los evangélicos en la órbita del diálogo ecuménico, viciando así desde sus orígenes todo el proceso sin ninguna perspectiva de unidad en “un solo rebaño bajo un solo pastor” (Jn 10, 16).

De seguir así, la llegada del tercer milenio en lugar de encontrarnos más unidos, nos encontrará más divididos, puesto que una buena parte de los católicos habrá dejado la Iglesia, pasándose a las más variadas iglesias o grupos proselitistas.

Sépanlo bien los ideólogos del ecumenismo que no se puede aplicar en todas partes la misma receta ecuménica, que se aplica en Europa con los luteranos, los valdenses o alguna otra iglesia histórica. Si se quiere imponer también aquí la misma receta, se arriesga con provocar un colapso del catolicismo en el mundo latinoamericano, haciendo del continente de la esperanza “el continente de la pesadilla”

Conclusión

No siempre la medicina es agradable a la vista y sabrosa al paladar. Y de todos modos, hay que tomarla, si se quiere sanar. Lo mismo pasa con la apologética: aunque no sea del gusto de todos, hay que saberla manejar, si se quiere enfrentar con seriedad el problema de los grupos proselitistas.

Por otro lado, ¿no es siempre mejor estar preparados para defender la propia fe y dialogar con los demás? ¿O se prefiere “aventar” a los católicos, sin tener conciencia de la propia identidad? Sería como enviar los soldados a la guerra, sin armas, mejor estar bien fundamentados en la propia fe y así estar preparados para dialogar con todos y, en caso de necesidad, estar capacitados para “dar razón de la propia esperanza” (1 Pe 3, 15).

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apologeticadialogo interreligiosoecumenismo
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