Recomendaciones para vivir la época vacacional
El verano, sobre todo para los afortunados que podemos tener unos días de vacaciones, es tiempo privilegiado para tomar el pulso a nuestra condición humana más honda. Las ocupaciones del curso laboral, escolar, o pastoral tienden a distanciarnos del diagnóstico de nuestra realidad más elemental. En cambio, en este tiempo los miembros de las familias tiene más tiempo para relacionarse, las actividades educativas y pastorales que llamamos “de tiempo libre” favorecen unas relaciones humanas mucho más estrechas, y el poco o mucho tiempo de más que podamos robar al trajín diario para el silencio, nos permite un provechoso reencuentro con nosotros mismos.
En este verano, releyendo textos de nuestro querido Papa emérito Benedicto, he encontrado un diálogo de hace unos años con un sacerdote de Roma esclarecedor: Don Gianpiero le contaba al Papa como siendo un joven sacerdote, muy seguro de su formación y de su ministerio, una mujer le dijo: “Don Gianpiero: ¿Cuándo te vas a poner los pantalones largos? ¿Cuándo vas a llegar a ser hombre?”. Con los años este párroco romano comprendió cuan realista fue en su juventud esta advertencia, y como debemos hacernos cargo del riesgo de ser demasiados esquemáticos e incapaces de comprendernos a nosotros mismos, y menos aún a nuestros prójimos.
La respuesta que le dio el Papa Benedicto me parece ciertamente genial. Le dijo: “No vivimos en la luna. Soy un hombre de este tiempo si vivo sinceramente mi fe en la cultura de hoy, siendo uno que vive con los medios de comunicación de hoy, con los diálogos, con las realidades de la economía, con todo, si yo mismo tomo en serio mi propia experiencia e intento personalizar en mí esta realidad. Así estamos en el camino de hacer que también los demás nos entiendan. San Bernardo de Claraval, en su libro de reflexiones a su discípulo el Papa Eugenio, dijo: intenta beber de tu propia fuente, es decir, de tu propia humanidad”. “Intenta beber de tu propio pozo”, le repitió el Papa sabio al veterano sacerdote.
Creo que todos, en nuestro mundo maltrecho, y en nuestra Iglesia a veces agónica, necesitamos respirar. Escuchar antes de hablar. Pensar antes que hacer. Orar antes que decidir. Dejar que Dios nos hable a través de la vida. De la nuestra y de la de los que nos rodean. El mundo entero, empezando por mi pequeño corazón, esconde un tesoro sagrado e infinito lleno de humanidad.