Para el sacerdote escritor, lo que nos da miedo del silencio no es encontrarnos con Dios, sino con nosotros mismos
“No nos gustamos y pasamos la vida escapándonos de nuestra realidad. Somos auténticos maestros de la fuga”, afirma el sacerdote escritor Pablo d’Ors en la siguiente entrevista. Asegura que cada vez más, creyentes y no creyentes se acogen al silencio, como refrenda la asistencia al seminario de entrenamiento que dirige, “Amigos del desierto”, y aclara que “nadie que esté lleno o satisfecho de sí podrá recibir al Misterio; antes es preciso un trabajo de desapego o vaciamiento”.
Ha sido nombrado recientemente consultor del Consejo Pontificio de Cultura, ¿le ha pillado por sorpresa?
Lo primero que sentí al conocer este nombramiento, que ha sido toda una sorpresa para mí, fue que el Papa se había equivocado. No lo digo por falsa modestia, sino en honor a la verdad: hay muchísimas personas en la Iglesia más capacitadas que yo para este cargo. Acto seguido me vino pensar que esto me llegaba en el momento de mi vida en que me encuentro más centrado espiritualmente y con una vida interior más plena e intensa.
Todo puede ser interpretado en clave de casualidad o de providencia; los creyentes, y yo entre ellos, tenemos esta última clave de lectura. Añadiré que me siento abrumado por este reconocimiento a una trayectoria como la mía, algo turbulenta, y confiado en que Dios me dé fuerzas para entregarme a la tarea que se me brinda.
-¿Cómo se nombran los consultores?
Desconozco el funcionamiento de cualquier organismo vaticano, porque yo he sido hasta ahora, y confío en seguir siéndolo, un cura de a pie. En cualquier caso, supongo que los consultores se nombrarán a propuesta del cardenal que preside los consejos o dicasterios, que en este caso es el cardenal Ravasi, un hombre por el que he sentido siempre, por su cultura y amplitud de miras, un profundo respeto. Para mí es el claro sucesor de Martini.
¿Qué funciones desempeñará?
Me pedirán periódicamente informes sobre distintos asuntos y tendré que viajar a Roma, o eso imagino, con cierta regularidad. Por de pronto, la próxima asamblea plenaria del consejo, a la que evidentemente asistiré, es a principio del próximo febrero. Debatiremos en ella el tema de la cultura femenina en nuestra sociedad.
Tiene varios libros publicados sobre el silencio, ¿a qué se debe su insistencia? ¿Entiende que es el único modo de conectar con Dios y con nosotros mismos?
Los libros en que abordo esta cuestión son dos: explícitamente en el ensayo Biografía del silencio (Siruela, 2012), e indirectamente en la novela El olvido de sí, donde narro en primera persona la fascinante vida de Charles de Foucauld, explorador de Marruecos y ermitaño-misionero en Argelia. El silencio no es un tema, sino el gran tema de nuestro tiempo, al menos en Occidente, y ello porque el ruido es el auténtico terrorismo que nos devasta por dentro.
¿Cree que los cristianos estamos faltos de momentos de silencio y no sabemos o nos da miedo entrar en el silencio por si Dios nos pide más?
Sí, hay una honda necesidad de silencio, como prueba el hecho de que cada vez sean más, creyentes o no, los que buscan espacios de retiro para el encuentro consigo mismos y con lo esencial. Lo que da miedo no es Dios, el Gran Desconocido, sino nosotros mismos, que es lo que en primera instancia se encuentra cuando nos silenciamos. No nos gustamos y pasamos la vida escapándonos de nuestra realidad. Somos auténticos maestros de la fuga.
En el sentido anterior, nos conformamos con dirigirnos a Dios con seculares oraciones vocales, ¿qué nos estamos perdiendo con la oración del corazón?
Al igual que en la relación con el ser amado no basta la palabra y el gesto, siendo en ocasiones necesario pasar a esa intimidad mayor que es la mirada o la pura presencia, así en la relación del creyente con su Dios. La oración vocal es la propia de la infancia; la mental, la de la adolescencia; la afectiva, la de la juventud; la silenciosa o del corazón, como también se llama, la de la madurez. La diferencia sustancial radica en que sólo en esta última el foco de atención está en Dios, mientras que en las tres anteriores, el centro sigue estando en las propias palabras, pensamientos o emociones.
Tiene un libro titulado "El amigo del desierto". Ese espacio fue la antesala de la vida pública Jesucristo y de muchos anacoretas, ¿qué hay en el desierto que nos haga crecer para dentro?
Se trata de una novela, publicada en Anagrama en el 2009, que es la primera parte de mí, así llamada, Trilogía del silencio. El desierto es metáfora del vacío, que dirían los budistas, de la pobreza espiritual, que decimos los cristianos. Nadie que esté lleno o satisfecho de sí podrá recibir al Misterio; antes es preciso un trabajo de desapego o vaciamiento, que es lo que propicia y fomenta la meditación. El seminario de entrenamiento espiritual del que soy fundador y que animo, llamado precisamente “Amigos del Desierto” tiene esa finalidad: abrir para creyentes y no creyentes espacios y tiempos para la contemplación y el encuentro con lo más radical.