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Jesús, motivo de mi lucha y ojalá de mi muerte, ¿a quién iré?

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Steven Neira - publicado el 29/07/14
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Reflexiones de un joven perdidamente enamorado del Sagrado Corazón
Se me hace un nudo en la garganta en tan solo pensar en esa pregunta que, más que fundada en la duda, rebosa de verdad y miseria: “Señor, ¿a quién iremos?”.

Me trae cierta nostalgia recordar mi profunda soledad y tristeza mientras vivía de lo que me daba el mundo. Me da nostalgia por verme ahora y darme cuenta de que, tanto en ese entonces como hoy, sigo tan necesitado de Dios como si no lo hubiera conocido nunca, y es que Él hace nuevas todas las cosas.

Me llena de alegría el saber que tan solo en Él está la vida eterna, sin por eso dejar a un lado el poder que tiene el mundo para seducir hasta a las almas más espirituales, haciéndolas desear aquello que no han querido, dejando vacío lo que con amor habrían llenado.

El Corazón de Jesús

Es ese Corazón sagrado el que con tanta fuerza me hace preguntarme “¿si no es en Ti, en quién?”. Y me conmueve y me enamora el saber que en nadie más que en Él.

Ciertamente es un Corazón celoso, no por la inseguridad o la desconfianza, sino por el Amor; que tanto mi alma como la Suya se desean, pues por qué habría de buscarse un tercero. Diría yo que son los celos más lógicos que han existido, y son los únicos que tienen la razón completa para actuar con autoridad sobre aquello que le pertenece. Sobre mí.

Este es el mismo Corazón que llama a la puerta del mío con una desesperación tal, que es capaz de quedarse afuera esperando a que le abran. Un Corazón Ardiente que cautiva y enciende, que me da tanto recibiendo poco.

Me hace arder el alma este Corazón, hasta tal punto que me es necesario categorizar con lentitud y cuidado mis pensamientos, sentimientos y acciones, pues es tanto el fuego que no es posible contenerlo todo, y lo poco que queda debe ser manejado con cuidado para no perderlo.

Un Corazón misericordioso que no conoce culpas y sufre alegremente de la enfermedad del olvido, enterrando la indiferencia de ayer para saborear la fidelidad de mañana. Y debo decir con vergüenza que, aun siendo así llega muchas veces ese mañana y me encuentra en indiferencia y frialdad.

Un Corazón poderoso que con un solo latido puede romper con la soberbia y la lujuria, si tan solo me dejo llevar por la suavidad de su melodía.

Un Corazón doliente que soporta en su interior el fruto de mis tinieblas, para luego devolverme un campo de flores hermosas, para luego recordar que es también un Corazón que ya olvidó lo mal que le pagué. 

Verdaderamente he encontrado en el Corazón de Jesús el Amor perfecto que no acaba, la fuente de alegría que no termina y el fuego ardiente que no se extingue. No es que tenga algún otro lado a donde ir, sino que sencillamente es una pregunta que se responde a sí misma… “Señor, ¿a quien iré?”, si corazón como el tuyo no existe en lo que Tú mismo has creado.

Sus latidos

Cuantas veces no lo he visto ya… que este Corazón no tiene ritmo en sus latidos, sino que late cuando quiere y cuando quiere deja de latir, sin por ello morir. La ausencia de estos latidos hace que mi corazón comience a latir cerca de Él, para ver si así despierta.

Es como ignorar a un niño pequeño mientras pide algo que quiere con todas sus fuerzas. El niño comienza a gritar y a hacer mucho ruido para hacerse notar y hacerle saber a su madre que esta allí. Así mismo es este corazón inquieto que busca los latidos del Corazón del Señor, cuando estos dejan de escucharse.

No me gusta decir que el Señor se hace el encontradizo, pero no voy a negar tampoco que le gusta mucho el que le haga saber que lo estoy buscando. Diría yo con sinceridad, que sería una de las pocas formas en las que puedo demostrarle con humildad que lo amo, que lo deseo y que lo espero.

Pero qué hermosos son los momentos en los que ese Corazón late. Es como escuchar la caída del agua en el vaso, después de haber padecido un día sediento.

Pero la sensación interior es otra tan distinta, es algo que no tiene ejemplos prácticos para poderse explicar. Sencillamente encuentro la verdad de mí mismo, y las fibras de mi corazón se entrelazan con esos latidos, causando que busque asemejarse al ritmo de estos latidos para no desentonar, no vaya a ser que desentonando vuelva a detenerse. Es ese miedo a perderlo todo en un segundo, y por eso es que prefiero callar y no moverme, tan solo escuchar e imitar.

He aprendido que frente a los latidos del Corazón de Jesús no me sirven de nada mis capacidades, ideas, criterios, habilidades o razones, pues todo se convierte en un estorbo para poder apreciar la belleza de un Corazón en acción, que con silencio y amor va transformando todo lo que está en su paso.

Es por eso que hay que abrirse al Buen Jesús, pues los niveles de respeto y amor son humanamente incomprensibles, así que por ningún motivo ha de forzar las puertas de mi interior, sino que debo ser yo quien abra e invite a pasar a la intimidad.

Ya decía san Agustín algo tan cierto, y es que este Corazón es más íntimo que yo mismo, y aun así pide permiso para entrar, en aquel lugar que le pertenece por excelencia.

Su humanidad

Algunas veces me sube hacia Él, pero lo que normalmente suele ocurrir es que baja hacia mí. Viene cuando lo invoco, a habitar en un lugar inhóspito y muchas veces seco, no para demostrarme que se compadece de mí, sino para compartirme la profundidad de su herida, para hacerme saber que si el Amor de los amores fue despreciado y traspasado, con mucha mas razón debería yo abrazar las heridas que mi corazón también ha recibido. Abrazarlas tan solo porque Él ha abrazado las suyas, para luego cubrirme con esa Sangre que la lanza de mi fragilidad ha hecho brotar.

Esta no es una historia de un Amor imposible, sino la mayor de las realidades del universo. Verdaderamente el Creador se ha hecho hombre y se ha dejado crucificar por sus criaturas, para demostrar con la propia vida el camino de amor que me hace feliz y me salva.

Significa tanto para mí, el que mi tristeza tenga el corazón de un Dios para refugiarse, y no de un Dios lejano, sino de un Dios que enseña cómo sufrir con paciencia a partir de cuanto Él ha sufrido, que enseña a amar porque Él es el Amor mismo y que enseña a perdonar por todo cuanto me ha perdonado a mí, que debería ser suficiente para vivir con la frente en alto hasta mi muerte.

La sensación única que trae la reconciliación de mi corazón con el suyo me hace palpar esa humanidad que tan solo se ve cuando estoy siendo verdaderamente hombre, por cuanto Él ha sido el ejemplo de hombre. Bendito sea también por el don de la Reconciliación.

Su divinidad

Nace de mí el querer sentirme protegido y seguro, y estoy tranquilo al saber que con muy buenas razones Él mismo me ha creado así. ¿Para que sirve esta necesidad de estar seguro, si no para buscarlo a Él, sabiendo que allí esta la plenitud de mi ser?

Es una paz indescriptible el saber que contra Dios nadie puede. Es la tranquilidad de saber que aquello que tengo nadie me lo podrá arrebatar, porque lo que tengo no es mío, y no por eso se alejara de mí.

La verdadera seguridad que brinda el Corazón de Jesús se fundamenta en el abandono de todo lo humano, para abrazarse de lo divino que no muda ni desaparece.

Este Corazón divino no deja de sorprenderme cada vez que me demuestra que puede estar sin estar, vivir sin latir, arrebatar sin violentar y amar sin ser amado. Es esta Divinidad la que permite que hable susurrando al oído, y aun así hacer que retumbe en las paredes de mi interior hasta impactar en la última fibra de mi corazón.

Esto es para mí el Corazón de Jesús. El motivo de mi lucha y si mi fragilidad me lo permite, el motivo de mi muerte. Dios me conceda esa gracia de poder descansar en este Amor que no conoce ocaso.

¿Cómo no confiar en un amor así? Señor, ¿a quien iré, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna? 

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